Como un geniecillo discreto y sigiloso, el cantautor canadiense Andy Shauf asoma tímidamente cada tres años para dejarnos un puñado de canciones encantadoras y suspendidas en el tiempo. Sin referencias previas sobre él y su obra, sería imposible determinar si Norm es un trabajo fechado en 2023 o en 1976, lo que en el fondo equivale a pronosticar que dentro de otros cuarenta y tantos años, aunque ya no andemos por aquí para corroborarlo, tampoco habrá infringido ninguna fecha de caducidad. Así se las gasta este milenial de modos clásicos, timbre frágil y sensible y medios tiempos cadenciosos en los que la vida transcurre en tonalidades sepia, como en una eterna evocación de otras épocas no sabemos si más felices, pero seguro que más sosegadas.

 

Enfrascado desde que fichó por el sello PIAS en que sus ciclos de canciones presenten alguna ligazón temática, al paisanaje de The party (2016) y la extensa charla nocturna a pie de barra para The neon skyline (2020) se le añade ahora una pintoresca interacción con Dios, un personaje al que el cantante/narrador interpela de manera directa desde el corte inicial, Wasted on you, preocupado por el destino eterno de agnósticos y demás incrédulos: “¿Qué sucede si nunca oyen hablar de ti, o si te ignoran? ¿Sería su destino el mismo?”. En consonancia con ese espíritu elevado, el tono del trabajo es particularmente sutil y etéreo; una refinada y preciosa caricia a los oídos que no sabrán apreciar quienes se coloquen frente al reproductor guiados por el ímpetu, la impaciencia y el nervio de la vida moderna.

 

Por eso Shauf no parece un tipo de 36 años, sino un prodigioso escalón intermedio entre la generación de Stealers Wheel y la de Sam Bean, Sufjan Stevens, Damien Jurado y, aún mejor, James Yorkston. El metrónomo solo se acelera ligeramente en la deliciosa Halloween store, pero siempre bajo el pulso conductor de esos teclados y sintetizadores analógicos que marcan la pauta durante todo el álbum, muy probablemente con la intención de marcar distancias respecto a la prevalencia de las guitarras que registrábamos en las entregas anteriores.

 

¿Recordamos la brisa veraniega de Seals & Crofts, por buscar alusiones nítidamente setenteras? Por ahí se mueven los parámetros sonoros de Norm, un disco de hechuras somnolientas y perezosas, de pop casi más jazzístico que folkie; una banda sonora para atardeceres (Sunset) o, en el mejor de lo caso, para sueños a plena luz del día (Daylight dreaming). Puede que ningún corte produzca aquel enamoramiento arrebatado que en el pasado sugerían Try again o The worst in you, páginas más instantáneas y susceptibles de canturreo. Pero Andy, que lo escribe e interpreta absolutamente todo, refrenda aquí su condición como uno de los más grandes autores que nos ha brindado lo que llevamos de siglo XXI.

 

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