Cualquier día en la vida de las personas es idóneo para escuchar a Aretha Franklin, uno de esos prodigios irrepetibles que la naturaleza nos ha regalado para hacernos mejores y más felices. Solo que ahora disponemos de un par de excusas más (innecesarias, insistimos) para colocar en el reproductor a la única reina que puede coadyuvar al consenso entre monáquicos y republicanos: la llegada de Respect al primer puesto en la célebre lista de Rolling Stone sobre las 500 mejores canciones de la historia, desplazando a Like a rolling stone (Bob Dylan); y el estreno de una biopic, también con Respect como título casi inevitable, que recrea una vida de esplendores y tormentos. La historia a la postre feliz de una niña humildísima de Memphis con una luz cegadora en la garganta.

 

Y en esa tesitura es en la que recibimos esta caja monumental, Aretha, un regalo más gozoso y apoteósico que cualquier avalancha de anuncios por el Black Friday. No solo por sus dimensiones, que también: cuatro cedés, cinco horas holgadas de música para la historia, 81 canciones para un atracón ni un poquito indigesto. No ya por la presentación, que es aquello a lo que cualquier gran aficionado aspira cuando quiere revivir entre sus manos esos grandes fetiches del formato físico: las 52 páginas de libreto incluyen un ensayo sobre Franklin, créditos pormenorizados y el análisis, una por una, de todas las grabaciones. Pues bien, por encima de todos esos argumentos, está el hecho de que aquí se recopila todo lo sustancial de la gran diva desde 1956 hasta 2014, pero también desempolvamos tomas alternativas o maquetas que nunca habían visto la luz del día hasta ahora.

 

Los años dorados de Aretha en el sello Atlantic, en especial la irrepetible segunda mitad de los sesenta, han sido amplísimamente documentados con todas las cajas, recopilaciones y formatos posibles. Pero sucede que nuestra protagonista también pasó por la escudería de Columbia, tanto antes como después. Incluso su sencillo primerísimo, una precaria grabación de gospel que incluía Never grow old y You grow closer, pertenece al catálogo de Universal. Aretha hermana, al fin, todos los periodos y fuentes documentales para ofrecer la primera y definitiva mirada panorámica de toda su carrera. Que fue sustancial no solo en su epicentro de gloria, sino también desde los antecedentes y hasta las postrimerías.

 

Porque las primeras grabaciones, las previas al fichaje por Atlantic, son muy gozosas y recomendables, y el disco 1 lo testimonia hasta el duodécimo corte. La voz era ya esplendorosa, pero más contenida. Y con menor presencia de ese ardor volcánico del soul, en beneficio de unas vestiduras orquestales que buscaron –sin pleno éxito– encontrar el favor de un público más amplio e intergeneracional. Sabemos que la parte mollar llega a partir de 1967, pero cuesta escuchar One step ahead, por ejemplo, y no derretirse.

 

El teórico ocaso de nuestra gran dama llegaría con los últimos compases de los setenta, cuando el punk y la new wave generaron un ambiente demasiado hostil para la música negra, orillada en todos los frentes. Pero los ochenta, incluso con una producción excesiva y a veces cruel, sirvió para reformular la receta del arethismo. Fueron fundamentales dos colaboraciones que aquí se rescatan, Sisters are doin’ it for themselves, con Eurythmics, y I knew you were waiting for me, con la participación de un invitado ilustre, George Michael, que atravesaba los días más dulces de su vida. Pero Freeway of love o Jump to it tienen gracia y sustancia; igual que Who’s zooming who, la única omisión incomprensible que advertimos en este repaso.

 

La verdadera etapa de decadencia y retiro llega con los noventa, hasta el punto de que el casi cuarto de siglo que media entre 1992 y 2015 es ventilado con los últimos y escuetos nueve cortes de la caja. Suficientes, con todo, para advertir que nuestra reina aún podía recibir regalos de Lauryn Hill o incluso demostrarle a Adele, con una flamígera versión de Rolling in the deep, que cualquier gran estrella se empequeñecía en su presencia. Aretha pertenece ya a los cielos, pero la suya es, como poco, una constelación entera.

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