Cada vez hay más aristas en el discurso musical de Ben Howard, un muchacho que comenzó aferrado a la canción de autor y afianza aquí sus otras querencias  experimentales e hipnóticas, a ratos nada alejadas de eso que ha dado en denominarse folktrónica. El londinense es a cada paso menos instantáneo y a la vez más absorbente, más reconcentrado en influencias, paisajes y alusiones. Estas Colecciones son razonablemente exigentes con el oyente, que se encuentra ante una obra dilatada (14 canciones, 55 minutos) en la que no encontrará motivos para el tarareo. Pero el repertorio cala como lluvia fina, es belleza de intenso efecto retardado. Comprobémoslo con What a day, teórico tema de cabecera, cinco minutos largos que no podrá emitir ninguna radio comercial del planeta. Es intenso, ultrasensible, emocionante, seductor. Extraordinario. Así se las gasta el rubiejo, inmerso ya en la tercera década de la vida: hasta los mileniales van teniendo ya cierta edad…

 

No es del todo nuevo este recrudecimiento de Benjamin John Howard en su faceta más introspectiva. Si con su adorable debut (Every kingdom, 2011) todas las referencias apuntaban hacia Nick Drake, incluso en su devoción por las afinaciones no convencionales de la guitarra, tanto el extraño y áspero I forget where we were (2014) como el muy estimulante Noonaday dream (2018) viraban hacia los universos estilísticos de David Gray, José González y hasta Bon Iver o James Blake. Toda esa fascinación por los universos hipnóticos, misteriosos y ultrasensibles, en que la voz acongojada de Howard se vuelve aún más expresiva y efectiva, se apuntala aquí con el concurso de Aaron Dessner (The National) como productor y hasta coautor de las dos terceras partes del repertorio.

 

La excepción folkie la encontramos en Rookery, significativamente firmada por Ben en solitario y paréntesis de voz trémula y guitarra acústica primorosa. Si no te conmueve, incluso bastante, algo te pasa.

 

Pero no le atribuyamos a Dessner todas las digresiones más experimentales. You have your way la firma también Howard sin acompañantes y representa justo lo contrario que Rookery: la melodía apenas se mueve, como si nos enfrentáramos a una salmodia, mientras las guitarras eléctricas y las chiribitas electrónicas se vuelven obsesivas, repetitivas, perturbadoras. Y todo justo antes de que Sage that she was burning nos reviente definitivamente la cabeza con sus hechuras de jazz progresivo, gentileza en gran medida del batería Yussef Dayes: otra grandísima incorporación a la causa.

 

Convenzámonos. Los años y las sucesivas capas de conocimiento, referencias y aliados le sientan muy bien a Howard. Cada vez más frondoso en su sonido. A estas alturas, y más después de esto, ya indiscutible.

 

 

 

 

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