Nunca ha resultado sencillo seguirle la pista a Charles Lavaigne, y no tanto porque este dominicano afincado en Madrid ejerza de hombre escurridizo como porque su eclecticismo sonoro se aleja de cualquier compartimento convencional y dificulta las catalogaciones. La niebla no soluciona –ni falta que hace– la cuestión de la diversidad sonora, pero acentúa la necesidad de que nos pongamos al día con este personajazo casi siempre travieso y a menudo inabarcable. Y tan propenso a los devaneos tropicales y bailongos (cuidado con As I went out merrily: puede convertirse en una apuesta fija para tus saraos estivales) como a la melancolía atribulada de la espléndida La niebla, única incursión en castellano y presumible cicatriz para tantas heridas como nos ha dejado la pesadilla pandémica.

 

No nos importaría escuchar más veces a Lavaigne en lengua cervantina, más aún si con ese lamento nebuloso su timbre de voz nos trae a la memoria el de Txetxo Bengoetxea, de los inolvidables 21 Japonesas. Pero La niebla, el elepé, persigue (y consigue) convertirse en un catálogo caleidoscópico con las habilidades de su impredecible firmante, que tan pronto se consagra al pop psicodélico (A seed) como explora las posibilidades del falsete para un ejercicio de soul de nueva generación (Pristine) como aspira al inalcanzable cetro de Mark Hollis con Woman, un prodigio de pop solemne y catedralicio en la estela de Talk Talk.

 

¿Demasiados mimbres para un único cesto? Tal vez sí, en caso de que nos pongamos en la piel de algún jefe de ventas discográfico y nos compadezcamos ante sus sudores fríos: La niebla solo es catalogable bajo la etiqueta del buen gusto, pero carece intencionada y clamorosamente de una mínima unidad estilística y exige del oyente que abandone las ideas preconcebidas y se deje llevar por los insondables vericuetos de una mente inquieta. De ahí la escala en esa gloriosa eclosión ternaria con trasfondo camerístico de cuerdas que es Waltzing the tide, la balada con sintetizadores ostentosos que descubrimos con Light of the moon (¿pop sinfónico?) o los devaneos ochenteros de Somewhere, colofón para un disco de dimensiones clásicas (ocho cortes, algo menos de 40 minutos) y pretensiones desconcertantes, en la mejor acepción del término. Porque La niebla, quinto elepé ya de su firmante,nos cambia el paso sin sacarnos nunca de los senderos del pop sustancial, con poso y esencia. Aunque no nos lo ponga fácil, queda claro que a Lavaigne ya no le podemos perder de vista.

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