No resulta sencillo determinar si Green river es el mejor álbum de la Creedence Clearwater Revival. Ni siquiera es seguro que nos encontremos ante la más inspirada entrega del cuarteto durante 1969: no fue la primera, puesto que solo unos meses antes había aparecido Bayou country, y tampoco sería la última, teniendo en cuenta la inminencia con la que aguardaba esa misma temporada su turno el disfrutabilísimo Willy and the poor boys.

 

Esos tres elepés en una misma hoja del calendario representaban una cosecha impactante, casi inaudita, por más que las colecciones se decantaran por la brevedad y esta que nos ocupa no alcanzase siquiera los 29 minutos de duración. Pero ni en el debut homónimo de 1968 ni en el disco precedente del 69, aun siendo estupendos, había alcanzado John Fogerty la excelencia, versatilidad y capacidad de síntesis que aquí ya se hacían clamorosas. No surgieron digresiones instrumentales que engordaran el minutaje, como hasta entonces solía suceder: los chicos comprendían que aquellos delirios sin red que tan bien funcionaban en directo no tenían por qué plasmarse en el estudio.

 

Tampoco había hueco para versiones, con la única excepción de The night time is the right time. Era el momento de John, al que nos encontrábamos ya desde la portada ejerciendo el liderazgo, un metro por delante de sus ensombrecidos camaradas. El menor de los Fogerty se sentía en estado de gracia, y Wrote a song for everyone era la reivindicación de su propia fertilidad y el aviso de que no solo había rock pantanoso en la Creedence, sino también mucho trazo fino en la autoría. Por eso suena todo Green river tan exuberante: es urgente, expeditivo, esencial y estimulante como un chispazo de alto voltaje.

 

CCR iban a liarla parda en Woodstock en cuestión de días, y precisaban de munición. Aquí, con Bad moon rising, el tema titular o la maravillosa Lodi a la cabeza, la había en grado incontestable. Y con el añadido del excitante contraste entre la apariencia bucólica del envoltorio y la turbulencia de un Tombstone shadow, por ejemplo, reflexión sobre el cruel destino al que estamos abocados. Chicos rudos, sí, pero también sensibles.

 

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