Damug es el acrónimo de David Muñoz Guillamón, un pianista de la comarca barcelonesa de Montserrat que se consagra aquí en eso que podríamos llamar jazz panorámico o paisajístico. Porque Ofrenda del origen, segundo trabajo del que nos hace entrega, es un álbum preciosista, refinado, en el que las cosas se toman su tiempo. Y merece la pena que así sea. Y en el que confluyen dejes de la contemporaneidad europea, pero también inflexiones aflamencadas y una buena carga aromática a puro Mediterráneo. Que es lo suyo.

Muñoz no necesita siquiera la fuerza de la voz y la palabra para desnudarse y dejar constancia de su condición de tipo sentimental. Hay poco virtuosismo aquí de cámara rápida, un muy escaso apego por la virguería y los fuegos de artificio. Disponemos, en contraste, de la baza del contrabajo a menudo cantabile de Manolo López, que incluso inaugura el tema inicial, Palohumano, con el arco entre los dedos. Su diálogo con Muñoz en el título siguiente, Anoiram, es un duelo sutil y delicioso de notas obstinadas. Nada de acrobacias, insistimos. Ofrenda del origen apunta mucho más hacia lo sustancial.

Fijémonos en la portada y traslademos ese gusto por el trazo fino a la partitura. A la evocación muy a lo Mehldau de La matrix, nuevamente con un Manolo López  dispuesto a canturrear con el gigante de las cuatro cuerdas mientras Damug le regala notas largas y sostenidas. La citada Anoiram obtuvo hace unos años el premio de composición en el Musicalia de La Habana, pero no es un caso aislado. Rara vez la música instrumental resulta tan descriptiva, encierra un mensaje tan profundo de reconciliación con la vida y el ser humano. Con las cosas que merecen la pena. Que este jazz apegado al siglo XXI pero también a los valores eternos, un jazz con mirada de 360 grados, no se quede en ningún caso en el capítulo de las incógnitas. He aquí una ofrenda cargada de esperanza y de realidad.