Dave Rowntree ha permanecido más de tres décadas en la penumbra de los escenarios, asumiendo un papel secundario, por no decir próximo a la invisibilidad, sin que nada en su comportamiento permitiera intuir el menor desasosiego ante ese evidente anonimato. Así son las circunstancias cuando el destino te ha encomendado un puesto como batería de Blur, una banda con un jefe de filas omnisciente, Damon Albarn, y un lugarteniente, el guitarrista Graham Coxon, capaz de protagonizar destellos absolutamente deslumbrantes. Pero Rowntree, ¡sorpresa!, también atesoraba cualidades suficientes como para alzar la voz y colocarse en el centro de las tablas, y este inopinado estreno solista nos descubre a un hombre sensible, atribulado, contrito y capaz de conmover con un pop electrónico ensimismado, taciturno y particularmente hermoso.
Exponerse en primera persona ha debido de ser un proceso complejo para Dave, acostumbrado al cómodo papel de gregario e inmerso durante todo este tiempo en un silencio prudente, siempre al servicio del bien común y los estallidos de genialidad de los mandamases. En ese sentido, Radio songs tiene algo de revelación todavía tímida por parte de quien se había acostumbrado a guardarse las ideas y los versos en la cajonera. Parece como si Rowntree llevara desde 1991 sin atreverse a alzar la voz frente a sus carismáticos colegas, pero consciente de que sus ideas no tenían nada de desdeñables. Al contrario, parecen un álbum de Blur sin chiribitas, siempre más cerca de He thought of cars o Yuko and Hiro, por poner algún ejemplo elocuente, que de Country house y Boys and girls. Pero las referencias siempre acaban apuntando hacia la banda matriz; incluso la voz no difiere en exceso de la de Albarn, aunque la de Dave acabe resultando más tibia, mohína y deshilachada, como si tantos años de silencio le impidieran elevar el volumen.
El resultado es bello, contemplativo y nada evidente, además de salpicado por esa sensación de que Rowntree, aun firmando en nombre propio, sigue anhelando la discreción y el perfil bajo. Baste corroborar que en esta última década, con una sola visita de los genios del brit pop a los estudios (The magic whip, 2013), nuestro protagonista había preferido afianzar su trayectoria como político adscrito al laborismo que sacar provecho de su currículo a la vera de un par de genios manifiestos. Radio songs dice estar inspirado por las madrugadas de una infancia pegada a la radio, a principios de los setenta, pero instrumentales como HK o melodías tan impregnadas en el ensimismamiento como 1000 miles, Downtown o la preciosa Devil’s island hacen pensar en pocas posibilidades de asalto a las listas de los más escuchados.
Quedan excepciones como Tape measure, con un divertido leit motiv orientalizante. Y, sobre todo, London bridge, que es pop de sintetizadores cantarín y con mucha vocación de acabar en las pistas de baile. Pero Rowntree solo atiende a esas coordenadas llamativas muy de vez en cuando, porque su pulsión natural parece apuntar mucho más al trip hop (Machines like me) que al estallido feliz del pop.