Eliseo Parra es un folclorista ilustrísimo y un artista de talento extraordinario, pero algún día debería erigirse en el James Rhodes de las músicas tradicionales y escribirnos un libro en que nos desvelase algunos de sus secretos artísticos. Sobre todo, cómo se las apaña para que los años le hagan acumular sabiduría sin perder un ápice de frescura ni capacidad para ilusionarse él y difundir asombro entre los demás. Eso nos resultaría a todos de enorme utilidad. Dicho queda, maestro.

 

Podríamos temer de entrada que estuviéramos aquí ante una obra más árida, por cuanto Parra prescinde esta vez de su celebradísima banda (Josete Ordóñez, Xavi Lozano, Pablo Martín-Jones y demás ilustres) y se centra en un género, el romance, que por propia esencia y naturaleza restringe los estribillos y abona la reiteración de las estrofas, casi a la manera de una letanía. Pero este pionero vallisoletano de las investigaciones etnográficas, que ha invertido más de una década en recopilar músicas para estos poemas narrativos, consigue que un álbum extenso y complejo capture a un oyente nuevamente preso de su hechizo. De una naturalidad solo posible después de muchos kilómetros en el camino.

 

Eliseo es respeto, tradición y vanguardia todo a la vez, y aquí tan pronto se adentra en la épica castellana (La venganza de Mudarra) como interioriza a los judíos sefardíes (Tarquino y Lucrecia, La dama y el pastor) junto al santur de Dimitri Psonis. La carta le permite recuperar su querida lengua catalana, Raptor pordiosero (con el extraordinario violín de Diego Galaz) indaga en la tradición portuguesa y la combinación de voz con percusiones y sin instrumentos temperados se repite en la delirante Don Gato y en la espectacular El rondador desesperado, con Coetus.

 

Al final, y he aquí una gran noticia, La Parra Band de las grandes ocasiones asoma en La apuesta ganada. Qué mejor que un broche festivo para esta absorbente lección de un sabio de 67 años.

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