Es muy tentador, además de probablemente inevitable (o casi), pensar en Mondra como en una versión noroccidental de Rodrigo Cuevas, en un Prince of Verdiciu a la gallega. No hay nada malo en ello, porque una comparación con nuestro más reciente Premio Nacional de Músicas Actuales es motivo de elogio y además se ajusta a la realidad, pero tampoco nos quedemos estancados en esa primera aproximación conceptual y acelerada. Por lo pronto, Cuevas no es ni el primer ni el segundo artista que explora la renovación de los territorios de la música tradicional inyectándoles una buena dosis de programación y electrónica, y en el caso de los territorios de Breogán hay que invocar los ejemplos insignes de Mercedes Peón, Laio o, claro, Tanxugueiras como antecedentes que este joven artista de Teo (A Coruña) sin duda habrá conocido en sus años aún más mozos. Y por otro, lo más relevante y fabuloso en este trabajo no es tanto la inyección electrónica como la revolución vocal, que superpone capas de manera lo bastante subversiva para que se nos vengan a la cabeza los nombres de Björk y Rosalía.

 

Las preciosas guitarras entretejidas que llevan las riendas de ARDĒN, el corte de apertura, sirven de señuelo y ardid, de primera en la larga lista de travesuras que nos aguardan: todo es primoroso y dulce, todo parece corresponderse con la propuesta de un pipiolo rejuvenecedor del folk. Pero a los 100 segundos exactos de canción, los sonidos acústicos se desvanecen y el oyente se ve engullido por un vertiginoso agujero negro de experimentación y diabluras. En TRóUPELE (en efecto, la utilización caprichosa de mayúsculas y minúsculas es otra seña de identidad y metáfora evidente de libertinaje estilístico), ya el mando le corresponde al material atesorado en el disco duro del portátil. Y sepultura (TICOTÍ) certifica un delirio fabuloso de onomatopeyas vocales con inspiración tribal.

 

Ese es el momento preciso en que ARDĒN pasa de disco atractivo e innovador a sencillamente deslumbrante y extraordinario. El cantante y pandereteiro Mondra –Martín Mondragón, 24 años– sabe darle la vuelta con espíritu transgresor y burlón, puede que hasta cómico, a coplillas tradicionales interiorizadas entre varias generaciones porque las habíamos escuchado en mil voces, lugares y contextos. Sucede con ese “Sei cantare, sei bailare, sei toca-la pandeireta” que acaba retorciéndose y distorsionándose en esa sensacional fantasía de tecno maquinero en que a los pocos segundos se transforma PUNHETA!, junto a Fillas de Cassandra, quizá el ejemplo más deslumbrante de imaginación a tumba abierta que se gasta este disco. Una obra en la que las ideas se le agolpan a su artífice hasta desbordarlo todo, una sensación que el álbum acentúa hábilmente acortando el espacio de silencio entre canciones hasta su práctica extinción.

 

En esa deconstrucción severa, la cantinela de los alalás es un eco lejano y pesadillesco que aflora aquí y allá (SACOdePULGAS), e incluso la más clara y prístina de las formas tradicionales, la canción de cuna, termina pervirtiéndose con efectos de distorsión vocal (berce) que no se corresponden con el dichoso autotune, por aquello de recordarles a los apóstoles de la modernidad que asumen como innovador un recurso muy concreto, limitado y ramplón. Pero aún nos quedan dos sorpresas finales mayúsculas. RUMBAMBÁ culmina la pedorreta a los adoradores de la modernidad impostada tomando el algoritmo por los cuernos; esto es, abrazando el reguetón como patrón rítmico. Y todavía más excitante es que CARMELA (“Ven bailar Carmiña, Carmela, con zapato baixo e media de seda”), desde siglos una de las cantinelas más celebradas en cualquier romería gallega, se vuelva adictiva e irreconocible melódicamente, y hasta pintoresca en una reinvención lírica por la que incluso asoma Ana Kiro, la cantante melódica con la que seguramente se bailaran algunas piezas los abuelos de nuestro protagonista. Pueden estar orgullosos de cómo les ha salido el mozo. Martín, habilísimo además en el arte del baile y la perfomance, es, en todos los sentidos, un espectáculo.

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