Fito Mansilla es un resistente. Un tipo valeroso, concienzudo. Y un perseverante. Le contemplan hasta cuatro discos anteriores y una trayectoria de una década larga, pero ahora opta a abandonar la zona de sombras y hacerse notar con todos los honores en la división de honor de nuestra canción con rúbrica. Sí, a la estela de Quique González, Antonio Vega o incluso Jorge Marazu, que de hecho asoma por este trabajo para compartir la delicada El plan. Cuentan de Mansilla una historia hermosa y elocuente. Pocos días antes de su primer concierto, en unos tiempos en que las redes sociales aún no se habían despojado del pañal, puso en marcha la tostadora de cedés, fabricó docenas de copias caseras con sus canciones iniciáticas y las repartió en plena calle, entre los transeúntes que mostraban algún interés. Aquel concierto acabó registrando un lleno meritorio; hoy, con mejores armas y argumentos (los 11 que comprenden este trabajo, intenso y a flor de piel), va siendo hora de que su discurso cobre de una vez la relevancia merecida. Fito no es ningún pipiolo, ya lo ven, pero se ha atrevido a transitar por territorios ajenos al área de confort. Abandonó un trabajo más o menos convencional y seguro, en el aeropuerto de Barajas, por dedicarle sus mejores esfuerzos a la escritura y la guitarra. Dio portazo a la gran ciudad para decantarse por la periferia, allí donde no siempre permanecen operativos los radares. Y se decidió a mostrarse tal y como es, vulnerable pero esperanzado; sin ocultar los arañazos de la vida, pero dispuesto a encararse con el destino. De ahí nacen pequeñas joyas como la melosa Aún nos queda lo mejor, a medias con Rebeca Jiménez, o la muy ocurrente David y Goliat, crónica de autoafirmación (“En tu desplante planto un árbol”) tras la hecatombe sentimental. Las cuerdas se apoderan de HuracánVienes, por aquello de enriquecer el menú, igual que se agradece la mandolina en Te alejaste y el pellizco de electricidad para Lo que a veces puedes ver (con Marwan) o la espléndida El tripulante. Fito canta ahí a su retoño, pero en realidad no deja de cantarle durante todo el disco a la vida. Con sus luces y contratiempos. De ahí ese subtítulo, Diario de un viaje inacabado, escrito en cuerpo tan pequeño que apenas se lee: ese es el viaje del que habla Mansilla.

 

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