Todos recordamos a los Fleetwood Mac de los comienzos, aquellos comandados por ese bluesman maravilloso, impredecible y disperso que era Peter Green; y no digamos a los Mac del soft-rock californiano, los que reventaron la caja a partir de la entrada, en 1975, de aquel doble fichaje galáctico que integraban Lindsey Buckingham y Stevie Nicks. Pero entre medias quedan algunos años y un puñado de cuatro o cinco discos notables y casi siempre difuminados en la memoria.

 

Este que ahora nos ocupa no solo es, tal vez, el mejor, sino quizá el primer gran álbum como tal de la banda, hasta entonces firmante de himnos fabulosos (Oh well, Black magic woman, Albatross) y elepés solo titubeantes. A la altura de 1972, la jefatura en FM había quedado de manera interina en manos de Danny Kirwan, un genio precoz de 22 añitos al que el alcohol y demás miserias acabarían arruinando la masa gris; lo perdimos para siempre en junio de 2018, después de algunas temporadas sumido en el olvido y la indigencia. Aquí firma hasta cinco piezas, entre ellas el explosivo arrebato de country-rock Child of mine y la bellísima Dust, que parece extraída de un disco de Bread.

 

Sus compañeros de lápiz y papel eran, mucho ojo, Bob Welch y Christine McVie. El primero lega Sentimental lady, enorme éxito en solitario cinco años más tarde pero aquí mucho más soft y entrañable; la segunda, que acabaría siendo una de las compositoras más populares y contagiosas de todos los tiempos, acierta por vez primera en la diana con Spare me a little of your love, anticipo lúcido de un estilo inconfundible a partir de Over my head, tres años más tarde. El tema central, el perezoso instrumental Sunny side of heaven o el arrebatado Danny’s chant (que parece anticipar a Lindsey, curiosamente, aunque nadie aún le conociera) son otras escalas en una obra poco reseñada pero sencillamente maravillosa.

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