Ya el mismo título, con la orgullosa apelación a la patria chica pacense dentro de una frase en inglés, tiene algo de pintoresco, una circunstancia a la que sin duda el firmante no será ajeno. Pero así son las cosas en el caso de Gecko Turner, un hombre de la periferia y un genuino ciudadano del mundo, un tribalista brillantísimo que milita en las filas del soul y el afro-funk sin renegar de los aromas flamencos que se filtraban por los portales y terrazas del Badajoz de su infancia, allá por los últimos años setenta.

 

Todo ello confluye ahora en este quinto álbum, seguramente el más serio y minucioso de su trayectoria, entre otras cosas porque la elaboración se ha disparado hasta los siete años de cocina a fuego lento e ingredientes extraordinariamente nutritivos. Basta con escuchar las voces en múltiples idiomas que confluyen al comienzo del álbum o los aires al Marvin Gaye más militante que se cuelan en Twenty-twenty vision para comprender que lo que se dirime aquí es una cosa seria.

 

Turner hace hueco a una inesperada letra inédita del también pacense Carlos Lencero, que se codeaba con Camarón, Remedios Amaya o Pata Negra, para esa perla titulada De balde en la que el flamenquito se pega un sabroso garbeo por Brasil. De balde se sale de cualquier molde, a diferencia de Ain’t no fun preachin’ to the choir, puro y canónico jazz-funk con una línea de bajo eléctrico a un paso solo de Another one bites the dust. Imposible no sentir un revuelo en la circulación sanguínea.

 

El instinto bailongo también es consustancial a Am I sad?, con esos espectaculares coros femeninos en lugar preponderante, mientras que la elegantísima y gozosa The sibariteo appreciation society aboga por el soul perezoso y con tacto de seda ya desde el propio título y la voz de Gecko, casi más hablada que entonada. Todo, en realidad, es tan refinado, elegante, expansivo y multicultural en todo el disco que solo acaba chirriando Qué siesta buena (he babeao y to…), un chiste malo y desafortunado, como ya hace temer su propio título.

 

Es un borrón pequeño en un disco delicioso, con pop brasileñizado a lo Michael Franks (Little dose) o un final, End of the world, con ese punto socarrón y desmitificador de una película de humor británico. Duele que no se le conozca más a Gecko Turner, y ojalá que este buenazo de Badajoz encuentre con Somebody… la horma a su zapato. El día en que se plantee una colaboración con Leo Sidran, por ejemplo, el resultado puede ser explosivo.

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