Hace tanto tiempo ya de todo que, por mucho que cueste creerlo, The other side of make-believe no solo supone el séptimo álbum de los neoyorquinos Interpol, sino que de paso marca el vigésimo aniversario de aquel Turn on the bright lights iniciático y quintaesencial, uno de esos discos de debut que se convierten en obras tan icónicas y referenciales que sus autores sufren las comparaciones durante algún que otro lustro, y quién sabe si no para el resto de la discografía. El caso es que hay motivos para mirar hacia adelante con trabajos como el que Paul Banks y sus colegas sacan ahora a la palestra, una obra de solemnidad serena en la que casi todo transcurre a tiempo medio, pero con la emoción recogida, reconcentrada.

 

Los adalides de la segunda juventud del post-punk no necesitan ya colocar los amplificadores al filo de la incandescencia. The other side… es, en ese sentido, un álbum circunspecto, pero seguramente más hermoso que casi cualquier otro de la colección. Banks nunca había sonado tan parecido a una plegaria. No solo es un hombre dolorido, lo que le viene sucediendo desde hace dos décadas largas, sino que ahora le reconocemos abiertamente vulnerable. Por primera vez ofrece más preguntas que respuestas, y quizá de ahí el cuchillo que nos desafía desde la imagen de portada. Nadie dijo que envejecer fuera tarea sencilla, pero reflexionar aún mueve más al desasogiego.

 

En ese proceso de interiorización, las guitarras de Daniel Kessler se han tornado obsesivas y titilantes, como si no les quedara otro remedio que envolverse en bucles que giran una y otra vez en torno a sus ejes. La audiencia joven detectará en todo este paisaje una distopía, pero quizá resulte demasiado crédulo pensar en un acercamiento juvenil a una obra que roza la apoplejía. Obsérvese en Something changed, seguramente el single más absorto en esos 20 años de Interpol: tanto como para que Paul Banks, lejos de recordarnos a sus influencias clásicas de The Smiths o The Chameleons, parece erigirse aquí en alter ego de Matt Berninger, su homólogo en The National.

 

Nunca la épica se concibió así, desde una perspectiva tan ponderada. Toni es una espléndida apertura y tanto Renegade hearts (la más animosa y cercana a Echo & The Bunnymen) como Fables van a triunfar, sí o sí, sobre los escenarios. Pero hay un ánimo más adulto e intelectual que nunca, al que no es ajeno el pálpito hermoso y desconcertante de Samuel Fogarino. Hacía tiempo que no escuchábamos a un batería de rock medir con tanto contratiempo, con tanto apego por el compás inusual. Y a la banda le sienta como un traje de sastrería, cortado al milímetro.

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