No tocaba aún disco nuevo de The National. Nada parecía indicar que, apenas 20 meses después del soberbio Sleep well beast, volveríamos a tener noticias desde la factoría de Matt Berninger y los hermanos Dessner. Y no solo la realidad nos contradice, sino que lo hace con la entrega acaso más memorable del quinteto, y sin ninguna duda la más ambiciosa.

 

La banda ha renunciado al tradicional año de barbecho tras una gira para suministrarnos un LP doble que incluye hasta 16 cortes y alcanza los 68 minutos (ojo: existe una versión de lujo aún más extensa en forma de vinilo triple). La entrega supone el mayor volantazo de su carrera, el momento en que, sin llegar a contravenir ningún principio fundamental, la banda asume el incremento más significativo en novedades y salidas de guion. I am easy to find suena desde el principio a The National, pero incluye, por primera vez en la historia, una pléyade de voces femeninas para complementar y hasta relegar en ocasiones a la de Berninger. Y, además, aporta a la exquisitez de las composiciones –con una media entre notable y superlativa– la profunda minuciosidad de unos arreglos de cuerda maravillosos y la permanente sorpresa de sus chisporroteos electrónicos, siempre más cálidos y sugerentes que una mera pátina frívola de modernidad.

 

Toda esta revolución proviene de la inesperada alianza del grupo con el realizador californiano Mike Mills, que en septiembre de 2017 remitió un correo electrónico a Berninger para sugerirle que hicieran “algo” juntos y ha terminado rondando un cortometraje homónimo y hasta figurando como coproductor del elepé, aun habiendo admitido su absoluto desconocimiento en material musical. IAETF, el filme de 25 minutos, es triste y hermosísimo, por más que nos acabe dejando un poso de amargura y mal cuerpo (puede comprobarse en la web iameasytofind.com). Y IAETF, el disco, es una bendita maravilla. No solo por la fabulosa nómina de colaboradoras (Lisa Hannigan, Sharon Van Etten, Gail Ann Dorsey, Kate Stables, Brooklyn Youth Chorus…), sino por constatar que los Dessner y el matrimonio Berninger/Carin Bessner es capaz de elevar y multiplicar aún los efectos emocionales de sus distintos lenguajes.

 

Hay canciones súbitas y trepidantes (Where is her headYou had your soul with you), equivalentes a lo que se suele entender por buenos singles. Hay, una vez más, tratados magistrales de batería, porque lo de Bryan Devenford vuelve a erigirse en una invitación al pasmo en The pull of you o la soberbia Quiet light, con Matt excelso aunque aparente no mover un músculo a lo largo de su plegaria. Hay cursos completos de composición en el solemne tema central o Hey Rosey, que se abre con un piano averiado, como de cajita de música desvencijada, y va creciendo entre los abrazos de las cuerdas. Hay candidatas instantáneas a favoritas sobre el escenario, desde Rylan (marcial, brutalmente adictiva) a esa primorosa balada final, Light years, que transcurre a partir de un motivo muy sencillo de piano, de un minimalismo casi a lo Wim Mertens. Y hay, por fin, un monumento colosal, inolvidable, que lleva por título Not in Kansas, que brota a partir de un arpegio familiar de guitarra eléctrica y deriva en una muy cinematográfica y polifónica parte B, tan hermosa como la más hermosa de las canciones de Sufjan Stevens.

 

68 minutos son muchos minutos, de acuerdo. Pero a su término solo quedan unas inmensas ganas de repetir.

 

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