Todo cambió de manera decisiva en el otoño de 2019, cuando Invierno a la vista irrumpió en las listas de reproducción y en nuestros corazones. Izaro Andrés era una artista con un par de álbumes muy apreciables en danza, pero su difusión era aún escasa hasta que llegó aquel adorable mano a mano con Xoel López, la canción que sublimaba la vida cotidiana en buena compañía con aquello de la “conquista de los pies fríos”. Invierno… sirvió de aperitivo para Limones en invierno, un tercer elepé ya mucho más aireado, y sigue estando detrás de esta secuela, un repaso en forma de dúos a las canciones más distinguidas y afortunadas de la cantautora vasca.

 

Es atípico que una artista joven y aún en los albores de su trayectoria haga ya un alto en el camino para reconsiderar lo andado y concederse un homenaje en compañía de otros compañeros de fatigas, algunos muy ilustres y otros bastante menos consolidados aún que la propia protagonista. Puede parecer un gesto de autocomplacencia, pero no lo es. Los duetos suenan casi siempre aquí a alianzas consentidas y buscadas, a actos de amor recíproco entre los participantes. No hay impostación ni afanes mercantilistas, sino una nueva mirada para afianzar un balance de resultados artísticos que a estas alturas resulta sorprendente. Porque bastantes de estas 16 composiciones suenan ya a clásicos consolidados, a títulos irrenunciables cuando nazcan otras criaturas discográficas y su progenitora deba hacer huecos en el repertorio de los conciertos.

 

Parecen predestinados Izaro y Pedro Pastor cuando les escuchamos abrir boca con Ventanas cerradas, otro monumento a la crónica de encantadoras intimidades sin importancia (“Siempre has dormido tranquila, casi siempre boca arriba…”). Hay otra pieza inédita, Un poquito más, que mira hacia Latinoamérica junto al mexicano Álex Ferreira y que suena a intersección entre sus dos mundos, el más indie y el de la positividad y el talante enamoradizo: “De la noche entre tus brazos / quiero ser eterno lienzo / que se mancha con tu trazo”. Y nos queda aún la sorpresa de asistir a la transformación de Grace, una preciosidad acústica de la cantautora acústica folkie londinense Bess Atwell, que seguramente nunca imaginó escucharse en euskera. En este caso concreto, con Izaro respaldada por el donostiarra Gartxot.

 

Hasta seis de los cortes, de hecho, optan por la lengua vasca, a la que le ha surgido una embajadora deliciosa en la figura de esta vizcaína de Mallabia. París ya sobresalía en Limones en invierno como una de las mejores canciones de toda la trayectoria de Izaro, y aquí se agiganta con Eñaut Elorrieta. A Eva Amaral la escuchamos estrenarse en euskera para Argia y hacerlo, menuda novedad, con un gusto clamoroso. Tampoco fallan Zahara (Delirios) o Rozalén (Mi canción para Elisa), demostraciones palmarias de que no hay fronteras que valgan con Izaro Andrés.

 

Poesía pura sobre nuestras pulsiones del día a día, sensibilidad bilingüe y trasatlántica: escuchen a la cubana Daymé Arocena en La felicidad, que empieza aflamencada y termina en eclosión salsera. Habrá muchas miradas y esperanzas enfocando a Izaro Andrés a partir de ahora, pero todos los indicios acumulados invitan, sin duda, al optimismo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *