Hace tiempo que la vida no resulta nada sencilla para nuestros cachorros veinteañeros, así que los chavales de Lord Malvo hacen bien en exteriorizar su hartazgo ante la carrera de obstáculos en que se ha convertido su porvenir, y no digamos ya la grabación y distribución de una obra fonográfica. Por fortuna, el cancionero que impulsa el cantante y guitarrista Adrián Romero ha acabado encontrando respaldo y difusión, lo que le convierte en un portavoz acreditado de esa generación Z harta de cortapisas y suspicacias. En una llamada a nuestra conciencia como sociedad, sí, pero también en un vitamínico arrebato de furia y de buen rock a través de las nueve canciones de este estreno rutilante.

 

Los Malvo provienen de la cantera malagueña –lo que ahonda nuestro asombro ante la fertilidad de ese caladero sonoro–, pero tienen algo, o mucho, de herederos de la movida madrileña y en general de los grandes grupos del pop-rock en español de la década de los ochenta, con particular hincapié en Golpes Bajos (la voz de Germán Coppini parece un referente perpetuo), los Radio Futura más correosos o la línea temporal que Manolo García trazó entre Los Rápidos y El Último de la Fila. A todo ello le suman influencias más netamente generacionales, con trazas evidentes de los también andaluces Pony Bravo o de los siempre sardónicos Camellos, que habrían podido rubricar sin problema pequeñas perlas como Matrícula azul. Y es ese gusto por aderezarlo todo con unas buenas gotas de vitriolo lo que convierte Carrera de obstáculos en uno de los grandes estrenos españoles de la temporada. Porque el menú invita a disfrutar, y mucho; pero también a incomodarse ante la profusión de pellizcos y arañazos.

 

Romero y sus colegas tienen una enorme intuición melódica, lo que convierte en muy disfrutables buena parte de sus títulos: desde la expeditiva Plateado a la sintetizada y escéptica Niños tristes (“Somos invencibles, venimos de otro lugar / Los niños tristes se empiezan a drogar”) o la más vociferante Costa Brava, que encierra una casi pudorosa concesión a la temática amorosa. Pero la melodía siempre se salpimenta con aires más hoscos, peleones y garajeros. Y el fervor juvenil ha de lidiar con un desencanto ya casi sistémico: Socialdemocracia es el manifiesto crudo de la más pura incredulidad.

 

Añadamos una cierta pátina psicodélica, muy presente en la hilarante Apuñala la rata, y comprenderemos que nos encontramos ante unos chavales bisoños, pero con la azotea muy bien amueblada. Unos tipos capaces de deslizar hallazgos como “Vivo de las propinas de tu amor” y de gestionárselo todo, incluida la magnífica portada, bien merecen que los tengamos muy en cuenta.

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