Algunos discos tienden a salirse del carril central, lo que se agradece en un momento de oferta sobredimensionada y variedad discutible. Pero este debut de Los Inocentes se escapa de las pautas comunes, cualquiera que sean los parámetros en los que decidamos reparar. La propia génesis del proyecto, a partir de un poemario homónimo anterior de uno de sus ingredientes (El auténtico estado del bienestar, por Gabriel Moreno Azara. Uno Editorial, 2017), ya es insólita. Tampoco encaja con la norma que el propio Moreno se erija en mitad nominal del proyecto discográfico, que en realidad corre a cargo en voz y composición del otro 50 por ciento, Alfredo Castillo. Eso sí, todos los instrumentos, arreglos y producción cuentan con la rúbrica de Rafa Caballero, con el que nos habíamos encontrado antes en Mercromina o Burrito Panza, y al que aquí se le agradece solo su condición de colaborador.

 

Todo es un poco raro, de acuerdo, pero no nos dispersemos. Pasemos incluso por alto la procedencia geográfica de nuestros inocentes, domiciliados en Albacete: una de esas capitales de provincia pequeñas y a menudo ninguneadas, aunque con un potencial como cantera melómana muy superior al que se le supondría por el ratio poblacional. A partir de estos mimbres, nada podía ser convencional en un trabajo con títulos como Luke, soy tu padre, Like a cola dog o Tan punki, tan delicado. No, no les busquen en las radiofórmulas. Pero prepárense para la sorpresa. Y, sobre todo, para la sonrisa.

 

El auténtico… es un ejercicio de pop ingenuo, al menos en apariencia, que pretende erigirse en una rotunda proclama de amor por la música. El goce auditivo es ese “estado del bienestar” al que se refiere el título, un giro terminológico inesperado que podemos abrazar con alborozo cómplice. Cajas de ritmos, melodías elementales pero no obvias, una extraña capacidad para la canción contagiosa, un timbre de voz tristón pero a la postre aleccionador. Ya lo dijimos, pero hay que recalcarlo: Los Inocentes se convierten en un descubrimiento raro y a la vez gozoso.

 

Como un cruce entre el pop naïve y ese reflejo de la perplejidad que tan bien simboliza Franco Battiato: así podríamos describirlos. Like a cola dog, donde se asocia el sentimiento amoroso con la condición perruna, es pegadiza e hilarante. Tan punki, tan delicado, de letra ínfima y cómica, acentúa el valor de unas guitarras robustas y panorámicas. La oferta es una parábola de teclado chirriante sobre “estar contento”, sin que se sepa muy bien en qué consiste tal condición. Y ni siquiera Luke, soy tu padre, con el sonido más rítmico y homologable con un single convencional, obvia la condición raruna con unas frases entrecortadas y desconcertantes. He aquí un disco breve, raro, adictivo de la manera más inesperada. ¿Cómo no cogerle cariño?

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