Marco Mezquida ha tardado muy pocos años en recorrer el camino desde el secreto bien guardado del nuevo jazz contemporáneo al artista que se consagra con una juventud todavía insultante. Porque le cunde una barbaridad el tiempo a este menorquín del 87 que a estas alturas ya ha estampado su nombre en casi una veintena de referencias discográficas, aunque puede que este formato de trío que aquí nos atañe, siempre junto al chelo de Martín Meléndez y la percusión y batería de Aleix Tobias, sea la formulación en la que se le nota más personal, reconocible y distinguido. Ahora, con la tercera entrega en este apartado de su currículo.

 

Sí, han leído bien. Mezquida matiza la sintaxis mil veces explicitada del trío clásico, junto a contrabajo y batería, y la derivación hacia el violonchelo y las percusiones tradicionales enriquece la expresión y la hace más tersa, ecléctica y heterodoxa; siempre jazzística, pero también un poco camerística. Más ancestral cuando el percusionista Tobias –tantas veces a la vera de Eliseo Parra– trastea con sus cacharros en Charrada de la vida y su breve prólogo, Corazón feliz. Y muy cercana a Lyle Mays si la melodía asume el mando para El cielo en tus brazos, una manifiesta piedra preciosa en la colección.

 

La ligereza de Marco en este disco –luminoso, disfrutón, amable– se refleja también en la brevedad de casi todas las composiciones, hasta 16 para no llegar siquiera a los 55 minutos. No pretende Mezquida un discurso sesudo, sino más bien lúdico, incluso a la hora de pasar las partituras por la pila bautismal (Percebes y zamburiñas, Pauta completa). Nadie que quiera aparentar una arquitectura musical aparatosa se retrataría descalzo en portada, como quien pasea por la arena y disfruta de su calor térreo en la planta de los pies. Y como telón de fondo, el fulgor interior que le proporciona su reciente paternidad: Milos, el protagonista de estas cartas, es el nombre de su primogénito.

 

A la criatura le encantará sentirse reflejado en Milos smiles, por ejemplo, o en el obstinato recurrente que su padre trenza en la preciosa El beso, otro título que es pura elocuencia. Mezquida ha querido grabar el álbum con el que los más timoratos le perderían el miedo al jazz. No pretende sentar cátedra, pero sí transmitir una parte de ese bienestar que seguramente ahora le brote de cada poro.

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