Hay futuro, siempre hay futuro. Pese al reguetón y demás formas de pereza mental, en algún lugar del planeta habrá ahora mismo un grupito de chavales o chavalas confabulando y robándole horas a la escuela, o a las chicas, o a los chicos, para reunirse en una habitación y enchufar unas cuantas guitarras. Si ese lugar del planeta se llama Dublín, la posibilidad de que prenda la llama queda tradicionalmente más cerca. Y con The Murder Capital no se produce chispazo, sino incendio. Estos cinco pipiolos son muy jóvenes y tienen aspecto de serlo incluso más, de no haber tenido tiempo ni interés en romper un plato porque lo único que verdaderamente les interesa es dinamitarnos los tímpanos. Y así nace uno de los debuts del año, este When I have fears (“Cuando me asaltan los miedos”, podríamos traducir: un título hermoso) que se refiere a los tormentos existenciales desde la exultante juventud y que rehabilita en 2019 el sonido no menos tortuoso del post-punk, cuatro décadas atrás. De hecho, las conexiones con los U2 bisoños de los tiempos de Boy parecen evidentes, pero también con los primeros Echo & The Bunnymen, porque la voz acongojada de James McGovern, doliente como una prolongada apoplejía, queda más cerca de Ian McCulloch que de Bono. La pérdida de un amigo muy cercano que se suicidó le sirve a McGovern como hilo argumental durante buena parte de estos tres cuartos de hora, mientras el infatigable trabajo de Diarmuid Brennan a la batería (y sus conexiones evidentes con Bryan Devendort, de The National), el bajo muy metálico de Gabriel Paschal Blake y el permanente duelo guitarrero entre Damien Tuit y Cathal Roper extienden las dimensiones de esta auténtica tormenta emocional. Green & blue y sus buenos siete minutos de idas y venidas angustiosas es una sensacional tarjeta de presentación, pero la apertura, For everything, ya deja claro el alcance del discurso y otros dos golpetazos soberbios de furia, Feeling fades y Don’t cling to life, zarandean al oyente sin más remilgos. En realidad, solo hay espacio para tomar aire en la más contemplativa Slowdance, que se divide en dos partes y que opta en algún pasaje por el receso instrumental como una manera de tomar aún mayor impulso para la segunda mitad de la obra. The Murder Capital parecen extremadamente noveles, pero no se conforman con alborotarnos. Han llegado aquí para conmover. Y, durante buena parte de este estreno fascinante, a fe que lo consiguen.