El potencial que siempre se le intuyó a María Rodés ha eclosionado definitivamente aquí. Digamos que aquello de María canta copla no pasaba del divertimento simpático, porque sorprendía encontrarse con una presunta coplera de voz tan fina, en contraste con las grandes señoronas clásicas del género. Pero ya el pasado noviembre, con motivo del concierto de homenaje a Cecilia, intuimos lo que se avecinaba: por el Palacio Municipal de Congresos de Madrid desfilaron una treintena larga de luminarias, pero nadie logró emocionar ni la cuarta parte que María, sola con su guitarra, desmigajando Si no fuera porque con la fragilidad de un animalillo herido.

 

Ahora, como decíamos, se produce el estallido de la supernova, si se nos concede la pertinencia de la metáfora. Y es que la inspiración que alienta este Eclíptica proviene del tío bisabuelo de la artista, Lluís Rodés, astrónomo y jesuita (!) que dirigió el Observatorio del Ebro entre 1920 y 1939. Las sugerencias celestiales son explícitas en Fui a buscar el sol (con The New Raemon en los coros) o No hay luna, piezas que ya asientan las coordenadas de placidez, sugerencia, poesía; el esplendor de esa voz cándida, perezosa e inmensamente seductora. Pero no todo es exactamente pop-folk con guitarras y demás cuerdas de toque acariciado, sino que se cuelan preciosas briznas electrónicas aquí y allá (como Eclipsi, uno de los dos cortes en catalán), ecos de romance tradicional en Luciérnaga en el suelo y hasta la sal y pimienta latina de Chocará conmigo, magnífica electrocumbia a medias con Ximena Sariñana.

 

Las expectativas ya eran elevadas, pero esta barcelonesa del 86 las ha dejado atrás. Su gesto de portada es elocuente: con un disco como el que nos ocupa bien que apetece entornar la mirada y olisquear el ambiente en lo ancho del campo.

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