Sí, sí, en efecto: ese Ludwig al que se alude en el título es el más célebre ser humano que haya ostentado ese nombre sobre la faz de la tierra. Y la idea del gerundense Jaume Pla consiste precisamente en eso, en vampirizar la obra de Beethoven y utilizar algunos de sus esqueletos, melodías o armazones como puntos de partida para una docena de piezas propias y perfectamente adscritas al pop-rock contemporáneo.

 

Suena atípico. Lo es. Pero funciona. A ratos, incluso, hasta extremos espectaculares. Y no, no se trata de ninguna unión contra natura. Ni el resultado, un deforme Frankenstein sonoro.

 

Nada de eso.

 

A lo que se ve, el máximo responsable de Mazoni aprovechó lo más crudo de la pandemia para leer una apabullante biografía sobre Ludwig van Beethoven (la de Jan Swafford, Beethoven, tormento y triunfo; casi 1.500 páginas) y la inmersión le animó a pensar que no sería tan disparatado buscar alianzas, dos siglos después, con el genio alemán. Pero no pensemos en adaptaciones o en versiones pop de obras sinfónicas. Ni Waldo de los Ríos ni Luis Cobos, que nadie se alarme. Pla alardea aquí de su virtuosismo en el arte de la cita; aprovecha esbozos, compases sueltos, grupos de notas u obstinatos rítmicos que le sirven casi a modo de sampleos. Y plantea un reto de consideración a los melómanos clásicos, porque sus menciones a las obras originales se cuentan, aunque sean de soslayo, por docenas.

 

Ludwig confirma que el autor del Himno de la alegría no solo es un autor inmortal. Más allá de la obviedad flagrante, su lenguaje suena clamorosamente moderno. Y permite acercamientos osados: con el synth pop de los ochenta, con el hip hop y los recitados, con el sampleo electrónico de un arranque tan espectacular como Zombies.

 

El imperial andante de la Séptima acompaña la palabra hablada (solemne, poética) de És veritat perquè és bonic, mientras que a la sonata Claro de luna se le reserva el honor envenenado de entreverar su lirismo mil veces escuchado con la letra más áspera y política del álbum, Aldarulls emocionals. Pero nada tan emotivo en todo el trabajo como On vull estar, un primor de nostalgia lánguida bajo el caparazón de la Sonata número 12. Los Radiohead más acústicos estarían sonriendo (aunque fuese de tristeza). Nosotros, también.

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