Maravillosas tareas inesperadas para un fin de semana: hincarle el diente a un nuevo disco de Owen Pallett, primero tras seis años de escrupuloso silencio y difundido a través de las plataformas sin aviso previo, sin el consabido goteo de piezas de adelanto, sin ruido promocional. Puede que sea una manera de indicarnos que Islands (título sencillo y evocador de aislamientos, sobre todo interiores) debe de considerarse una obra conceptual y pensada para su consumo íntegro, sin fraccionamientos. Pocas sorpresas tan fascinantes, y en último extremo alentadoras, para este año maldito.

 

Pallett siempre jugó en otra división. En un entorno superior, allá por la estratosfera. Su época como Final Fantasy ya era una virguería, con aquellos pedales de loop permitiéndole multiplicar las posibilidades de su violín en una modalidad en la que solo Andrew Bird podría disputarle la primera plaza. Arcade Fire, una banda siempre propensa a la alharaca, tuvo el acierto de contratar sus servicios. Los dos álbumes de Pallett ya en nombre propio son extraordinarios. Este conserva ese saludable apego por la excelencia, pero cambia el escenario. Adiós al pop electrónico de vanguardia, hola al pop de cámara (con la London Contemporary Orchestra como brazos ejecutantes). O, más bien, a la música contemporánea de cámara, porque el formato de canción es cada vez más laxo en el universo del canadiense. Sirvan como aviso la sucesión de acordes disonantes con que se abre el álbum, en una de esas piezas tuyas sin otro título que una especie de flechita tipográfica.

 

Hay mucha música que diseccionar en Islands; música que transcurre a cámara lenta y debemos paladear como quien se deleita con un licor madurado a lo largo de muchos años. Que A bloody morning (belleza trufada de pesadilla) sea lo más parecido a lo que en un contexto pop entenderíamos como single ya resulta paradigmático. Le sucede lo mismo a Paragon of order, otro de esos momentos en que la orquesta chirría como en un ejercicio de obstinatos de Michael Nyman o Philip Glass. Habrá quien vea en Islands un componente de premonición, pero no hace falta apelar a nuestras propias paranoias: el universo interior de Owen es lo bastante intenso, avasallador y melodramático como para que quepan todos los estados de ánimo.

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