Diez años llevaba ya, diez, la gran reina del pop brasileño sin pisar los estudios de grabación, los transcurridos desde aquel ya remoto O Que Você Quer Saber de Verdade. Y aunque haya intentado endulzar la espera con recopilatorios, antologías y álbumes en vivo, que sumaron hasta cuatro entregas, era urgente un álbum como Portas y tan anhelado que no objetaremos ni media palabra respecto a su prolongado minutaje, que acaricia la hora de duración con ese menú generoso de 17 canciones. Tenía mucho que contar y cantarnos la diva carioca, y se explaya sin renunciar al mando de las operaciones (participa como coautora en 16 de los títulos), pero exprimiendo las posibilidades del reencuentro, y hasta el estreno en nueva multinacional (Sony), para engrosar la lista de aliados sobresalientes: coproduce Arto Lindsay, Chico Brown participa en cinco de las partituras y asoman luminarias como Seu Jorge; su hija, Flor de Maria (juntos erigen la precisa despedida del álbum, Pra melhorar), el antiguo compañero de filas tribalistas Arnaldo Antunes, Nando Reis, Marcelo Camelo o nuestro Jorge Drexler.
El resultado es, ante todo, un festín. Las ironías del destino han querido que, tras una ausencia tan prolongada de los estudios, la de Rio de Janeiro se haya visto en la tesitura de un álbum grabado a distancia, a veces a través de Zoom, para lidiar con la puñetera pandemia. Apenas se nota, sin embargo, porque Portas es una llamada a la empatía y un prodigio de calidez y tersura; la invitación a rearmarnos el ánimo a partir de la energía que sugieren los abrazos.
La amplitud del repertorio permite mostrarnos a Marisa en su esplendor poliédrico, nada circunscrito a las coordenadas estrictamente brasileñas. La bossa nova no aparece como tal hasta Espaçonaves, el décimo de los cortes, en suntuoso revestimiento orquestal. Y el samba se hace esperar hasta Elegante amanhecer, título número 15. Antes nos hemos dejado acariciar por la cálida brisa del vals carioca en Em cualquer tom, pero tenemos que anotar el elegantísimo toque de cuerdas para Totalmente seu, el primor de pop con guitarras para Portas o la mezcla exquisita de metales y violines en Calma.
Vento sardo, la colaboración con Drexler, es un catálogo de ventiscas y tenue sensualidad isleña a la caída de cualquier tarde. Una anotación de las de primera clase en el catálogo del uruguayo, que con una artista de semejante estatura sí se deja de populismos y bagatelas. En realidad, Monte se gusta con un disco que parece una eclosión largamente anhelada; una serena obra maestra en la que incluso abarca los territorios del soul-funk llegados al punto de Você não liga. La habíamos echado demasiado de menos, pero hoy es el día en que se lo hemos perdonado con creces.