Javi Ferrara es hombre de imaginación fértil, lengua viperina y capacidad acreditada para observar este mundo con las dosis justas de escepticismo, desencanto y una vis entre cómica, perversa y malévola. Y resulta casi sanador, en estos tiempos de buenismo, postureo y “tazas con mensaje”, que alguien nos abra bien los ojos y nos enfrente sin atajos ni circunloquios a nuestras taras, carencias, paradojas y patetismos. De todo ello hay en este álbum divertido, doloroso, ácido y demoledor, segunda y sobresaliente entrega del quinteto de Leganés. Porque ni Ferrara ni sus compinches han venido aquí para alegrarnos el lunes con bobaliconerías, sino para tocarnos las narices. Y se agradece, aunque a veces tengamos que revolvernos con el incordio.

 

Si no fuera por estos momentos… es un álbum burlón ya desde su propio título, la diatriba imparable de quien no quiere dejar títere con cabeza, al menos en el territorio de los conformistas. Para encapsular el mensaje, la banda opta por un rock caótico y huracanado en el que hay mucho de punk y hardcore; aunque, a la hora de emplatar, los cocineros no se olvidan de incluir unos cuantos pellizquitos de psicodelia, electrónica y hasta ramalazos de flamenco.

 

No, este no es un álbum en el que toda la artillería se reserve para el capítulo de los argumentos. Hay también mucha música en él, con independencia de que los madrileños basculen casi siempre más hacia el ruidismo que por el lado de la armonía. Seguramente, alguien que hermana en el incómodo bodegón de portada a Las flores del mal con el orfidal sabe mucho de rimas perversas y las prefiere a los cánticos beatíficos.

 

Más cerca de Beastie Boys que de Ska-P y de Manolo Kabezabolo que de Albert Pla, los Parquesvr no necesitan pertenecer a las filas mileniales para ejercer de objetores a la totalidad ni para sorprender de vez en cuando saliéndose musicalmente de madre: desde la cumbia alucinógena para El laberinto al flamenco medio quinqui de Muchas flores. Algún que otro lamento por esas cosas del desamor y sus zarpazos (Los salvajes, Arde quema duele, Las nubes) se cuela en este universo de fantoches que cuidan las apariencias (¿Debo leer a Baudelaire?) y conciencia de clase proleta (Zarzaquemada). Solo no nos queda muy claro qué quiere decir Ferrara con eso de “Los dos son iconos del mundo gay / le han dado la mano al mismo rey” (Almodóvor Amenábor), quizá porque no parecen los autores de Dolor y gloria o Mientras dure la guerra quienes más merezcan una salva de dardos afilados. Pero era seguramente inevitable, cuando se dispone de munición abundantísima, que algún tiro saliese por la culata.

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