Hackney diamonds es, qué duda cabe, el gran acontecimiento informativo del año en los territorios de las músicas populares. No diremos que el gran acontecimiento musical, porque tampoco es cuestión de considerarlo entre las obras determinantes de la temporada, pero el reencuentro en las postrimerías con la sociedad Jagger/Richards, la más determinante que ha alumbrado el rock en siete décadas de historia, obliga a formular un buen puñado de consideraciones. Empezando por la más determinante de todas: Hackney diamonds es mucho mejor disco de lo que pensábamos y, sobre todo, de lo que nos temíamos.

 

Por partes:

 

No hay ningún álbum que justifique o dé por buena una demora de 18 años. Nos sucederá con toda seguridad a finales de año, cuando conozcamos de manera íntegra y ordenada la reaparición de Peter Gabriel, en su caso ¡21! inviernos después de Up (2002). Es una obviedad que Hackney… no se venía gestando desde los momentos posteriores a A bigger bang (2005), su inmediato antecesor de autoría propia, sino que es fruto de un arreón de última hora; más bien, de un ultimátum de Jagger a Richards. Y en ningún caso puede hacer sombra a esos cuatro, cinco y hasta 10 títulos stonianos que a todos nos vienen del tirón a la cabeza. Pero supera con creces a su predecesor, y no digamos a Bridges to Babylon (1997) o Voodoo lounge (1994). Es decir, para encontrar a Sus Majestades en tan boyante buena forma hemos de retrotraernos como mínimo a Steel wheels (1989), lo que nos coloca ya no tan lejos de Tattoo you (1981), la última de las incontestables obras maestras de la casa. Ojalá todos los discos menores de los mitos fueran como este.

 

Richards holgazanea, como buen perro viejo, y Jagger tira del carro, como el hiperactivo sabueso negociante que siempre fue, pero está claro que la química solo surge de la interacción. Con todas sus cicatrices acumuladas en el pellejo de la vida, con todos sus enfurruñamientos y amagos de separación, los dos acaban necesitándose como la lluvia al sol. Y, por si acaso estas 12 canciones terminaran constituyendo un epílogo, el uno y el otro se conceden un goloso festín. Hockney… tiene mucho de autohomenaje. No nos ofusquemos con la figura de Andrew Watt, el productor modernete que les sugirió McCartney, o con las probables pinceladas de autotune que maquillan la voz de Mick en Angry. Porque este es un disco stoniano en estado quintaesencial. Tiene rock, sudor, blues pantanoso, bravuconerías, ternura, nervio, algún baladón, pizcas de country, el consabido jugueteo disco (Mess it up se da un aire a Da ya think I’m sexy?) y varias genialidades. De verdad, ¿qué más queremos?

 

Angry, primer anticipo y tema inaugural, es una suerte de Start me up muy venida a menos, por mucho que se postule a baza fija en el inminente repertorio del directo. Pero el segundo y último adelanto, Sweet sounds of heaven, con Lady Gaga de socia inesperada desgañitándose como una negra del Harlem, es una sensacional obra maestra de siete minutos y pico. Y el momento culmen en cuanto al ejercicio de tributo en primera persona, con trazas de You can’t always get what you want o Beast of burden. Escuchando el ardor de un octogenario como Jagger en una pieza tan mercurial, en ese soul a plena máquina, solo podemos rogar a los ángeles del averno que nos lo guarden todavía un buen puñado de años.

 

De acuerdo, concedámosle una frase de protagonismo a Perogrullo: los Stones sin Charlie Watts no son lo mismo. Pero el inolvidable genio de las baquetas tuvo tiempo de participar en dos piezas, de la que Live by the sword es soberbia y además incluye el bajo de Bill Wyman y el piano de Elton John para completar un dream team inigualable. Y, ay, irrepetible.

 

Le mencionábamos antes, pero Hackney diamonds de paso sirve para volver a constatar que no ha existido nadie tan enriquecedor, decisivo y polédrico en la historia del pop como Paul McCartney. Que un señor de la quinta del 41 sea capaz de grabar un bajo tan distorsionado, macarrónico y atronador como el que determina el sonido barriobajero de la fantástica Bite my head off es, sencillamente, un regalo de los dioses.

 

Ningún disco de los RS sería tal sin la escala obligatoria en una balada que masculle el amigo Richards con esa voz suya de lobo afónico. Tell me straight tiene esta vez cierta vocación de trámite, más allá del curioso parecido entre sus arpegios definitorios y aquel Calling you de la película Bagdad cafe. Pero la madre de todas las baladas, junto con la referida exhibición en compañía de Lady Gaga, la encontramos aquí con Depending on you. Seguimos sin saber cómo demonios se las apaña, pero solo Jagger puede llegar tan lejos en cuanto a implicación con la causa.

 

Y así llegamos, en fin, al colofón, ese Rolling stone blues con el que Mick y Keith, frente a frente y en estricta soledad, dejan para la historia un muy emotivo homenaje a voz, guitarra y armónica del viejísimo clásico de Muddy Waters que les sirvió como excusa para su partida bautismal. Puede sonar a despedida, a caída de telón, a fin de un ciclo prodigioso y ya por siempre inconcebible que se ha prolongado durante más de seis décadas. Quizá no sea el caso, y tampoco queremos pensar demasiado en ello. Pero escuchar a esos dos viejos artríticos emocionándose a media voz, sin más argumentario que la propia autenticidad de su discurso, resulta sencillamente conmovedor.

 

Ps.- Ah, un último apunte. ¿Quién demonios ha perpetrado esa portada? Y, sobre todo, ¿a quién se le ocurrió darla por buena e inmortalizarla en el historial discográfico de esta gente? Son los Rolling, pero cualquiera que no repare en los créditos (la tipografía también es horrorosa) los confundirá con Camela.

7 Replies to “Rolling Stones: “Hackney diamonds” (2023)”

  1. No será Sticky Fingers pero es un discazo. Entre tanta basura dando vueltas por ahí (rap, Trap, reggeatón) que no merecen el rótulo de música esto es alimento para el alma.Que grandiosa despedida, como Los Beatles, REM, The Smiths, Bowie, estarán para siempre en el lugar que se merecen y les corresponde.

  2. La crítica me parece bastante buena. Pero no comentas nada de, para mí, la mejor de las dos baladas, que es “driving…”.
    Posiblemente una de las tres mejores canciones del disco. Y, para mí, mejor que “depends…”
    Por lo demás, sin desmerecer un gran disco como es Voodoo… ( yo conocí a los Stones ahí, con Fernan Disco presentándolos en los 40) y muchísimo mejor que los dos siguientes, estoy de acuerdo con lo que dices.
    Ahhhh…. Mccartney nunca me gustó….😆

  3. Muchas gracias por la reseña. Bajo mi punto de vista sí que es un gran disco. Muchos riff, un paneo extremo en las guitarras que abre hueco para que la voz sobresalga, las baterías super contundentes que siguen dando ese Groove increíble a la banda, voces realmente casi imposibles de imitar, y cuando confluyen Mick y Lady Gaga es una delicia. En este sentido los coros que hace Jagger están en su justo lugar y volumen.
    La voz de K.R al ser la de una persona de esa edad, lejos de ser una voz cristalina llena de técnica, es una voz que transmite mucho y eso es mucho más que la mayoría de voces perfectas de todo el panorama comercial actual. La producción es genial, las guitarras suenan increíbles, la batería no digo nada, y el bajo de Paul es increíblemente valiente.
    Hay temas con efectos en las guitarras, alguno con toques disco, country, blues, rock…

    A disfrutarlo.

  4. Totalmente de acuerdo, Fernando. Me acerqué con cautela/prevención, y cierto grado de escepticismo, al disco a estas alturas de la historia de los Stones, y he de reconocer que me ha sorprendido mucho y muy gratamente.

    Aprovecho para darte la enhorabuena por tus recomendaciones, que siempre son una guía en este mundo tan proceloso de la narrativa musical.

    Unha aperta!

  5. Ya era hora que su majestades The Rolling Stones aparecieran de nuevo con este nuevo trabajo que según cuentas y solo escuchando este tema”Depending on you” tiene una pintaza de la leche a pesar de la portada, jejejeje . Se lo perdonamos ¿no?
    Gracias por mostrarnos su sabiduría Fernando!

  6. Qué gusto de disco. Lo estoy escuchando estos días mientras camino por la calle y a uno le apetece saltar, bailar… y te paras en la acera a pensar que lo han hecho unos tipos de ochenta años. Y tras ese trámite anecdótico –pero no tanto– me doy cuenta de que son una banda de rock brutal, con un derroche y una energía en sus canciones que le podrían pasar por encima –o mirarle a la cara, de acuerdo– a unos Black Keys o Foo Fighters de turno. Qué potencia, y qué lujo poder vivirlos.

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