María Rozalén ha aprovechado la excusa de su décimo aniversario fonográfico para abordar el trabajo que le pedía el cuerpo y hasta diríamos que el alma; el que le ha dado la realísima gana, más en concreto. Parece probable que la idea de un álbum de versiones de canciones tradicionales y folclóricas no fuese recibida con particular alborozo en las oficinas de su sello discográfico, más aún en un momento tan dulce para la cantautora, ungida en las últimas temporadas con el crédito adicional de un Goya y del Premio de Músicas Actuales del ministerio de Cultura. Pero Matriz resulta ser una obra hermosa, balsámica y esencial, un dechado de sinceridad que la legitima de principio a fin y la convierte en veraz y necesaria. Una reivindicación de las esencias propias y las circundantes y, de paso, hasta un ejercicio de orgullo patriótico en un momento en el que el patriotismo parece solo patrimonio de todos esos papanatas de la banderita en la muñeca.

 

Rozalén ha reunido aquí todos esos cantos y coplas que lleva mamando casi desde la cuna, y la vinculación afectiva se nota en el mimo y el esmero, en la convicción con la que los abraza, rearma y revitaliza. Ayudan mucho los arreglos de su productor de confianza, Ismael Guijarro, un hombre lúcido y de espíritu ecléctico que extrae todo su jugo a piezas tantas veces visitadas como Anda jaleo, La paloma o Arreón, esta última en alianza con Eliseo Parra, al que siempre será bueno reseñar como genuino padre espiritual de toda esta presente generación de jóvenes enraizados. Pero lo mejor de todo es fijarse en la propia María, cantante extraordinaria (eso no es ninguna novedad) que aquí eleva su propio listón en una o dos alturas: nunca su voz había brotado tan natural y espontánea, tan desde dentro y sin esfuerzos ni el menor asomo de manierismo. La fuente que luce a la entrada de Letur, su pueblito natal, suena tan auténtica, fresca y verdadera como ella.

 

La nómina de aliados con que se enriquece Matriz es ejemplar, sobre todo si constatamos que nadie asoma por compromiso, sino por complicidad y genuino convencimiento. Emociona el cántico a los marineros desaparecidos en A virxe de Portovello, con Tanxugueiras; la pérdida compartida de las figuras paternas desborda las lágrimas en Amor del bo, una habanera regalada por Sílvia Pérez Cruz; y Rodrigo Cuevas refrenda en Te quiero porque te quiero su imparable grandeza y desparpajo.

 

La conexión con Fetén Fetén para Mar en trigal, una de las escasas composiciones propias y compartidas, refrenda una escritura de hechuras profundas y estratosféricas. Y es curioso constatar como las más tradicionales y terruñeras de las formulaciones figuran entre los hallazgos más afortunados. La Ronda de Montilleja hace brillar Si me quieres escribir, lindísima canción republicana cuya inclusión solo incomodará a los estrechos de mente, esos del griterío incivilizado que tanto emponzoñan y a los que nada debemos. Pero puede que el corte más deslumbrante de toda la obra sea La tumba de la golondrina, un mano a mano con los veteranos oscenses de La Ronda de Boltaña que genera las armonías vocales más robustas y emotivas de estos 50 minutos de música.

 

Causará sensación, seguro, ese Pichi 2.0 que actualiza el clásico zarzuelero con una hilarante letra feminista en coalición con Benjamín Prado, antídoto perfecto para un original que desprendía caspa en cada frase. En las ferias de septiembre de su capital se cantará a partir de ahora Es Albacete, una jota de autoría propia y espíritu casi chanante. Y las Sevillanas de la amapola y el romero, a solas con el piano de Álvaro Gandul, evitan los arquetipos del género y lo elevan muy por encima de lo que estamos habituados a escuchar.

 

En realidad, en Matriz solo son discutibles los cinco o seis breves interludios que salpican la obra e interrumpen el discurso sin aportar gran cosa, más allá de la emotividad evidente que encierran para la firmante: los grabó paseando en torno a las tumbas familiares del cementerio de Letur, como homenaje a las sucesivas pérdidas recientes de su abuela, padre y tío, y con alboroto de cigarras a modo de abrumadora compañía natural. Es un significado que se queda más en el subtexto que en la evidencia y que entorpece algo la hilazón de Matriz. Pero en ningún caso enturbia la gran noticia: el disco más inesperado y heterodoxo de María es bendición, belleza y puro espíritu.

 

 

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