Conocí a Scott William Matthew en mayo de 2009, en un extraño club privado de jazz madrileño, Le Swing, que no sé si seguirá existiendo, unas pocas plantas debajo de la Casa de Granada. Irradiaba ternura con unas gotas de dolor y había consentido que la congoja se le apoderase de la garganta, pero era capaz de burlarse de sus propias angustias. Todos le comparábamos con Antony Hegarty y él, lejos de fatigarse con los comentarios, los tomaba como un halago. Dos años más tarde, mientras le entrevistaba en una cafetería de la calle Valverde, acertó a sonar una canción de Antony and the Johnsons por el hilo musical y él sonrió y se emocionó.

 

Matthew es así, como su música: emocionante y, en última instancia, sonriente, esperanzada. Sobre todo en este Ode to others, donde por primera vez aparca la primera persona, las llagas en el corazón y el amor propio, para proyectar el amor hacia otros seres importantes: su padre (Where I come from), su mejor amigo (Not just another year), un tío fallecido (Cease and desist). La lindísima colaboración entre Matthew y el portugués Rodrigo Leão, autores de un álbum conjunto (Life is long, 2016) que merece hueco en cualquier colección, puede estar detrás de las renovadas miras en este australiano afincado en Nueva York desde hace dos décadas.

 

Ya no es solo un chico sensible con ukelele: los arreglos de cuerda y metales (The deserter, End of days) son excepcionales. Igual que las versiones, desde una incursión en el siglo XIX (The sidewalks of New York) a una lectura desnuda y preciosa de Do you really want to hurt me, de Culture Club. Scott es diferente, y desde luego no solo por gay. Adorable. Puede que nunca tanto antes como esta vez.

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