No parecía el escenario más probable que la ilustre y venerada Sheryl Crow volviera a lanzarse a la aventura de un nuevo álbum, en un momento en que parecía en paz con su propio legado, reconocida globalmente como artista y referente en unas cotas que se le habían resistido y una vez que con Threads (2019) ya había avisado de que aquella “bien podría ser” su última visita prolongada a unos estudios de grabación. La apoteósica acogida del documental Sheryl (2022), donde se redimensionaba a la de Missouri casi como la única heredera posible de su querida Stevie Nicks, y el aldabonazo de su inclusión en el Rock & Roll Hall of Fame (2023) parecen haberla persuadido de una vez por todas de que la queremos. Y su respuesta es un álbum liviano, muy ameno y seguramente más lúdico y desprejuiciado de lo que esperaríamos ante tal acumulación de honores.

Parece evidente desde Alarm clock, el contagioso aldabonazo inicial, que a Sheryl le atrae la idea de recuperar la senda de C’mon c’mon, su trabajo más indisimuladamente risueño y veraniego, y que aspira a hacerse hueco en las listas de reproducción de nuestra memoria con una digna heredera de Soak up the sun (también nos puede servir para tal objetivo Broken record). El juego de los paralelismos se prolonga con Do it again, que en tempo, espíritu y apelación a las enseñanzas campestres parece la siguiente canción que le pedirían en una cantina del medio oeste después de interpretar su mítico All I wanna do. Pero no nos confundamos, porque Evolution, y puede que de ahí provenga el énfasis de su título, huye del mero ejercicio de revisionismo y aspira tímidamente a sonar también un poco a siglo XXI. Y su corte titular lo evidencia con esa épica de sintetizadores gruesos y estallido central con el foco puesto en los estudios. “Si estás buscando una telonera, querida Taylor, aquí tendrías una candidata más que plausible”, pudiera estar susurrando alguien.

Parte de ese espíritu renovador lo otorga, a buen seguro, la producción de última generación de Mike Elizondo, uno de esos hábiles hechiceros de la era digital que tan pronto se sientan junto a Fiona Apple como le ajustan el traje a Eminem. Esa versatilidad tan propia de nuestros tiempos se aprecia bien en Where?, quizá la mayor joya del lote, aunque no la más evidente; escondida en mitad del álbum, comienza como una tímida balada acústica y se va envolviendo de ropaje orquestal y de una calidez vocal narcótica que vuelve a apuntar hacia las coordenadas de la propia Swift. Pero antes nos hemos alegrado el cuerpo, y la vida, con Love life, que acaba bebiendo del hechizo cantarín del Stevie Wonder de hace medio siglo, o con la irresistible You can’t change the weather, medio tiempo refrescante y perezoso como una tarde inacabable de verano.

Al final, bien se ve, hay capas que ir desplegando y desentrañando en este Evolution, que se recibe con alborozo y acaba añadiendo buenos motivos de admiración hacia su no siempre reputada firmante. Ahora bien, puestos a desentrañar todos los misterios, ¿quién ha podido diseñar primero, y dar por buena después, una portada tan pavorosa, simplona y repelente? Solo por curiosidad.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *