¿Cómo combatir el vértigo ineludible del segundo disco, más aún si el primero ha sido un súbito y fulminante zambombazo? Los chicos de Leeds han resuelto esa eterna disyuntiva del modo más expeditivo: cuanto antes y con un álbum más enérgico y vitamínico aún que su antecesor. Menos de dos años después de la conmoción que supuso en tierras británicas The overload, saludado con un flamante número 1 en las listas, Where’s my utopia? aplica el autodiagnóstico del cuanto mayor, mejor y eleva las expectativas en todos los parámetros: arreglos de cuerda, coros infantiles, una borrachera de beats trepidantes y, sobre todo, algunas de las piezas más imparables y contagiosas que han nacido en mucho tiempo de las tierras británicas del norte.
James Smith parece tan concienciado sobre su papel en este mundo que responde a su propia pregunta sobre las utopías entregando un zambombazo de título pretendidamente profético: We make hits. Y no es el momento más extático de un álbum desbordante de contenidos y elevado en pretensiones, incluso en el deseo de perfilar una impronta propia. Ahí tenemos, puestos a subir el listón, el irresistible pellizco noventero de Petroleum, que podría habérseles caído del bolsillo a Eels o al Beck de Odelay. Y no digamos ya When the laughter stops, que cuenta con las aportaciones vocales de la joven y sagaz Katy J. Pearson para revolucionarlo todo de una manera aún más efectiva.
En toda esta orgía de riffs, bajos guasones y hip hop de primera generación se nota la mano de Remi Kabaka Jr., el mismo hombre de confianza de Damon Albarn a la hora de pasar a limpio la hoja de servicios de Gorillaz, una banda a la que estos cuatro cronistas de Leeds comienza a emular de manera evidente. ¿O nos viene un poco a la cabeza hasta el timbre de voz del líder de Blur cuando escuchamos The undertow?
Where’s my utopia es a la vez bailable, gamberro y profundo; parece provenir de unos nostálgicos del post-punk pero termina simbolizando el desasosiego de quien acaba de cumplir los treinta en un mundo muy poco convincente. Por eso puede que despunte ese espíritu de inconformismo no ya solo vital, sino estilístico: porque Smith tan pronto puede meternos en el centro de la pista de baile (Dream job) como someternos al prolongado letargo africanista de Blackpool illuminations. En cualquiera de los casos y formulaciones, Yard Act se las han ingeniado para resultar una formación ilusionante y emocionante.