Benditan sean las canas, las arrugas, la sabiduría atesorada a lo largo de las décadas. Shirley Collins acaba de soplar este verano 85 espléndidas velas y ha querido compartir la dicha serena de tal onomástica con esta docena de nuevas interpretaciones, desnudas, quedas y conmovedoras. La suya es una voz quebradiza y frágil, pero absolutamente esencial. Agrietada por el paso de la vida, agigantada por el peso del saber.

 

Todo sucede muy despacio durante los tres cuartos de hora de esta entrega, seguramente inaccesible para oídos solo tolerantes al ritmo desbocado, el relumbrón sonoro y los fuegos de artificio de las producciones para las listas virales. Aquí el único ingrediente inoculado es el sedimento secular. La práctica totalidad del material sobre el que trabaja la ilustrísima gran dama de Hastings es tradicional y de procedencia remota. Belleza esencial, intensa e ínfima. Reconcentrada y asentada por el paso, y el peso, de las generaciones. Tonadas sencillas y bellísimas que Shirley afronta con el mimo de quien acaricia un tesoro y un acompañamiento rigurosamente escueto: a menudo, tan solo la guitarra o mandolina de su gran valedor y escudero, Ian Kearey, uno de los pilares inexcusables en la Oyster Band. Algún violín ocasional, algún acordeón, alguna percusión de bolsillo. Y el temblor áspero, voluble, confidente de Collins. No hace falta más. Para qué.

 

Los vecinos se acercaron a felicitar a Shirley en su reciente onomástica. No es para menos: hablamos de una figura tan inspiradora que sin ella serían inconcebibles figuras como Norma Waterson, Linda Thompson o June Tabor. Las historias de estas canciones, y de su propia vida, equivalen a una autobiografía apasionante. La de una mujer que debutó allá por 1959, cuando casi nadie prestaba atención a los tesoros que nos transmitían nuestros antepasados. La de la gran dama que permaneció cuatro décadas sin pisar un estudio de grabación porque se lo impedían los nervios y la disfonía, un caso muy similar al de Thompson. La del referente que resucitó artísticamente con Lodestar (2016), cuando ya casi no nos acordábamos de ella, y fue capaz de conmover a jóvenes y mayores.

 

Heart’s ease es una grabación más pulcra que aquella y, más allá de la emoción del reencuentro de hace cuatro años, con mejores hechuras para su perdurabilidad. Shirley recupera tonadas que aprendió en la escuela, incluso alguna (Merry golden tree) que descubrió ejerciendo como asistenta del folclorista Alan Lomax en sus viajes de 1959 y 1960 por América del Sur. Las notas del libreto son deliciosas. Cerrar sus páginas, los ojos y subir el volumen merece aún más la pena.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *