No, no cabe duda. Aun en el improbable caso de que no nos hayamos cruzado antes con el nombre de Tanya Turner, tanto su estampa de portada –sombrero incluido– como el propio título del álbum dejan claro que ponemos rumbo a las praderas del oeste y que haremos bien en calzarnos unas buenas botas vaqueras para disfrutar de la experiencia. Por si faltara poco, el corte de cierre, casi siempre relevante (y este lo es), reza de manera inequívoca: Cuando el rodeo se haya acabado, ¿adónde se irá el cowboy?

 

Pocas bromas: Tanya Denise Tucker llegará en octubre a los 65 otoños, sin intención alguna de prescindir del sombrero; acaba de celebrar su medio siglo de visitas a los estudios de grabación (ventajas de haber ejercido como ídolo adolescente), la honraron en primavera con su inclusión en el Salón de la Fama de la música country y el tiempo solo hace que crezca su condición icónica por Texas y demás territorios sureños y del medio oeste. Así que no son tiempos de medianías, sino de entregas con poso, sustancia y sentimiento. Y tal es el caso, como corresponde a una mujer que con los años ha apuntalado una voz grave, profunda y poderosa, cincelada con las muescas de las desilusiones y los arañazos del destino. Pero también, y sobre todo, de la sabiduría.

 

Tucker dejó transcurrir más de tres lustros antes de entregar en 2019 su anterior álbum, While I’m livin’, por considerar que había dejado de atesorar argumentos de peso para regresar por los estudios. Las dos espoletas que obraron entonces el milagro de su resurrección musical, los ilustres Shooter Jennings y Brandi Carlile, repiten ahora en tareas de producción, pero el enfoque gira hacia lo adusto y circunspecto. Waltz across a moment (que además tiene la firma de Jennings) es un baladón desolado, con aroma a derrota y amargura, que con unas buenas armonías vocales encajaría sin dificultades en algún álbum clásico de los Eagles. Y por seguir con el juego de las analogías, Ready as I’ll never be no desentonaría, con más grano en la garganta, en el repertorio del esquivo Tom Waits.

 

Los medios tiempos centran el discurso mientras las guitarras eléctricas asumen durante todo el trabajo que esta vez han sido convocadas para un papel más quedo y discreto, aunque en alguna ocasión (Letter to Linda) puedan enseñar un poquito más el colmillo. Y es curioso comprobar que el tratamiento de las segundas voces femeninas no se aproxima tanto a los cánones del country como a los patrones clásicos del góspel. Quizá Tucker no repita la lluvia de Grammys esta vez, pero, aunque solo fuera por su mano a mano con Carlile (qué voz la de esta mujer, qué voz) en Breakfast in Birmingham, el envite ha merecido la pena.

 

 

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