Hay quien encuentra anacrónicos a los Moody Blues. Su auge coincide con la segunda mitad de los sesenta, el lustro de oro por antonomasia en la historia de la música popular. Mientras veneramos a muchos de los hijos de aquella era, a estos muchachos de Birmingham solemos omitirlos o, aún peor, mirarlos con mirada indulgente; con un: “Ah, sí, los de Nights in white satin”. Quienes todavía hoy formen parte de esa línea de pensamiento están perdiéndose discos tan absolutamente merecedores de revisión como este, acaso el menos popular de sus años clásicos, en los que la producción del quinteto era de una riqueza y copiosidad fascinantes (pocos meses antes, en el mismo 1969, ya habían publicado On the threshold of a dream).

 

To our children’s… era igual de pomposo, grandilocuente, minucioso y fascinante que Days of future passed (1967) o In search of the lost chord (1968). Ahí estaban las melodías francas, clásicas y ultrasensibles enturbiadas con sutiles pinceladas de psicodelia. Y en todo momento, por supuesto, se le dejaba un espacio holgado y relevante a la sofisticación: la música se construía añadiendo capas y capas de sonidos, efectos, matices, aullidos del melotrón, voces y más voces, una arquitectura tan compleja y endiablada que el quinteto, de hecho, optó a partir de ese momento por arreglos menos enrevesados para que les resultara más sencillo presentar su repertorio sobre las tablas. Pero A nuestros tataranietos acabó siendo objeto de controversia entre los seguidores y, de hecho, sigue como el que acumula unas ventas más modestas dentro de “los siete clásicos”, ese septeto de obras absolutamente decisivas que Justin Hayward, John Lodge, Graeme Edge y compañía encadenaron sin descanso entre el mencionado Days of future passed y Seventh sojourn (1972). Todo un legado histórico en apenas un lustro.

 

¿Qué sucedió? Seguramente que este cuarto álbum de los siete resultaba más melancólico y sombrío, más capaz de evocar soledades, desolaciones, apoplejías. Hablaba sobre el paso del tiempo, la vida misma: esas menudencias que nos atormentan. Había que asumir la tristeza, y no siempre apetece. Pero el resultado fue y sigue siendo lindísimo.

 

De los Moody era asombroso comprobar cómo sus cinco integrantes cantaban y componían, todos con personalidades diferenciadas (aunque Hayward solía llevarse la palma en términos de popularidad). Aquí Watching and waiting y Candle of life eran nostalgia pura con ese melotrón que lo inundaba todo, pero Floating contrasta por su estallido de belleza mañanera y Sun is still shining no solo dejaba un margen a la esperanza, sino que lo impregnaba todo de una deliciosa psicodelia oriental harrisoniana. A sus bisnietos quizá les acabe pareciendo este disco una antigualla simpática, pero cualquiera que se tropiece con Gypsy, por ejemplo, solo se podrá emocionar.

4 Replies to “The Moody Blues: “To our children’s children’s children” (1969)”

  1. Sin duda mi LP favorito de los Moodies. Especialmente por estas dos joyas: “Gypsy” y “Watching And Waiting”. Fueron muy grandes en su tiempo, y quizá demasiado buenos para cierta intelligenza mediática que abomina del clasicismo. Pioneros del melotrón (Beatles y King Crimson también). Gran reseña, en plan gran reserva, que suscribo. Aunque yo más bien diría “A nuestros bisnietos”… ¿no?

  2. Ya sé que sonaré “boomer”, pero en esos años sin internet era toda una aventura buscar discos como este. Recuerdo perfectamente la emoción de encontrarlo en un cajón de ofertas de una de mis tiendas habituales, el trayecto hasta casa que se hacía largo, por fin la aguja del tocadiscos…
    Qué placer revivirlo al leer tus reseñas!

    1. No será aquí donde juzguemos, y mucho menos aún prejuzguemos, a nadie por su edad. Y tengamos los años que tengamos, viva por siempre la emoción inigualable de colocar por vez primera la aguja del tocadiscos al principio de la cara A… 🙂

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