Nunca ha habido tiempos de sequía para el rock escocés, tan pródigo y fértil como la copiosa lluvia fina que tanto se estila por aquellas tierras. Pero la cosecha de grandes bandas y canciones resultó particularmente fértil en la década de los ochenta, lo cual explica que una formación tan atractiva como The Silencers haya quedado relegada a los pliegues subsidiarios de la memoria. Este segundo álbum, acaso el mejor de sus tres encantadoras primeras obras, lo incluía todo para ganarse el hueco en nuestros estantes: un sonido esplendoroso, melodías que crepitaban, la sazón de las especias celtas (¡esos violines!) e incluso el empeño de no conformarse con las consabidas estructuras de 180 segundos y colocar el reloj entre los cinco y los siete minutos en ocho de los 11 cortes de la entrega.

 

Y no, nada estaba aquí engordado. Lo veíamos claro con Answer me, el fantástico tema inaugural, que se entretenía con una preciosa introducción ascendente (fade in) hasta que irrumpía la voz tabernaria de Jimmie O’Neal y, por supuesto, ese violín siempre mucho más dado al brinco que a la llantina. Y a partir de ahí, la gloria. Scottish rain servía como reflexión serena, hermosa y de sonoridad sofisticada en torno a la masacre de la guerra de las Malvinas, mientras que The real McCoy se convirtió en nuestra canción más coreada del año: un himno de trasfondo futbolero en el que era imposible no sumarse al tarareo de aquel bi du / du bi du du / bi du du.

 

Debería haber sido suficiente para tatuarnos el nombre de los Silencers (mucho mejor que The Hot Dog From Hell, su opción de bautismo inicial) en las entrañas. Pero aún nos quedaba el sombrío tema titular, el chisporroteo matemático de Razor blades of love, la escala en la balada tradicional con Wayfaring stranger (muy similar a Belfast child, de sus compadres Simple Minds), el bailoteo a ritmo de armónica para Sacred child. La banda terminó cerrando una gira de cuatro meses junto a los Minds, igual que el año anterior habían ejercido como teloneros con The Pretenders.

 

Merecían quedarse ahí, disputando los puestos altos de la tabla, por seguir con ese lenguaje balompédico que tanto agrada a O’Neal. Pero les tocó una temporada en que el título de liga se había puesto por las nubes. En la escena escocesa tocaban la gloria Deacon Blue, The Proclaimers o Del Amitri, así que a The Silencers acabamos asociándolos más con los (muy) meritorios Big Country. Pero Buddha, aun a día de hoy, sigue mereciéndose un bluesIncluso varios.

3 Replies to “The Silencers: “A blues for Buddha” (1988)”

  1. Espectacular disco y espectacular grupo, que como comentas, no tuvo el reconocimiento que merecían por la intensa competencia de la escena musical de Glasgow de esos años.

    En Valencia (de donde soy) tuvieron mucho éxito, y Painted Moon (en versión maxi, como era preceptivo entonces) era literalmente quemada en las sesiones de discoteca.

    Muy identificados con el rock con resonancias de folk celta de Immaculate Fools y el disco que se marcó Mike Scott con The Waterboys por la misma época (Fisherman Blues), hicieron varios discos de enorme calidad, que son parte de la banda sonora de mi juventud.

    Gracias por comentar y traer de vuelta este gran grupo.

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