Puede que se haya apartado un poco del foco central del jazz peninsular este percusionista otrora ubicuo e hiperactivo, un jefazo de los patrones rítmicos que afloraba aquí o allá, en nombre propio o delegado, en no menos de media docena anual de ocasiones. Echémosle la culpa a los ciclos de la vida y el arte, o el contorno difuminado del sello Nuevos Medios en cuanto perdimos para siempre a su impulsor, el inolvidable Mario Pacheco, allá por noviembre de 2010. Lo cierto es que el batería asturiano y mago del compás se resarce con un disco que irrumpe con aspiraciones de referente y en el que tira de influencias y temperamento para orquestar un orgulloso aquí-estoy-yo. Y lo del verbo no está de más recalcarlo, por cuanto el despliegue de capital humano en este Concert bal es de los que no puede pasar inadvertido, en vista de que superan las dos docenas los aliados de renombre. El más decisivo de ellos, el pianista Javier Gutiérrez Massó, aquel al que dicen “Caramelo de Cuba”, responsable de que buena parte de este repertorio suene más caribeño que flamenco.

 

Aunque Tino, siempre conviene recordarlo, no es precisamente amigo de circunscripciones. Por eso puede empezar su descarga por Peret, con un Borriquito absolutamente fragmentario y desconstruido, para continuar sin intermedios con Discipline; la de Nine Inch Nails, aunque quizá en otro momento pudiera atreverse también con el tema homónimo de King Crimson. Será por agallas: nunca ha sido Di Geraldo un timorato, sino un generador de severos revolcones sonoros, y a los 61 años ya no es cuestión de apalancarse en ninguna forma de conservadurismo.

 

Ahí radica, de hecho, el principal encanto de este trabajo, para el que algunos necesitarán hoja de navegación. En realidad, lo mejor es dejarse llevar, porque la ruta es atípica pero una brisa sustanciosa no dejará de acariciarnos la cara. En su amor por el despiste, a Peret y Trent Reznor le sigue Paco de Lucía, con Entre dos aguas en una aproximación más funk que rumbera, y no será hasta el cuarto corte, Hallaré, cuando descubramos que el álbum quiere ser más acubanado que cualquier otra cosa, dentro de su fabuloso maremágnum de integrantes e ingredientes. Y que Di Geraldo no se conforma con reinventar partituras ajenas, sino que rubrica cuatro extensos cortes.

 

El mayor desfogue cubanófilo hemos de buscarlo en Ojalá, nueve minutos de descarga sabrosa y, llegado el caso, hasta puede que un tanto inflada. Y el tributo definitivo consiste en culminar el trabajo con Qué tiene Van Van, clasicazo del maestro Formell para el que aquí cuenta con las voces sustanciosas de Kelvis Ochoa y Tomasito. Una deliciosa colisión entre ambas orillas oceánicas, por cierto: vaya dos.

 

Puede, sin embargo, que la dos mejores páginas originales de Tino en Concert bal sean las menos adscritas a un geografía específica, ese personalísimo Por digeraldinas y un Essaouira con deje entre bereber y coplero. Definitivamente, el astur nacido en Toulouse no le tiene respeto a nada. En todas las fuentes bebe, en todos los frentes batalla. Y Concert bal reedita su perfil más victorioso.

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