Algún día, ojalá no a mucho tardar, se reconocerá a Traffic como una de las más grandes bandas que han conocido los tiempos. Lo tenían todo: talento a raudales, multiplicidad de voces, tensiones creativas internas, una calidad abrasiva y fronteras estilísticas extraordinariamente holgadas, porque en esa marmita en ebullición entraban el rock, el rhythm ‘n’ blues, el jazz, los ritmos afrolatinos (Santana siempre debió de mirarlos por el retrovisor), la música pastoral británica. Todo lo que hizo de la transición entre los sesenta y los setenta un periodo extraordinariamente excitante y casi imposible de superar acababa encontrando reflejo, en mayor o menor medida, en los discos de estos muchachos.

 

Por encima de cualquier otro activo, Traffic contaba además con el divino Steve Winwood, un niño prodigio que con la cara aún acribillada de acné se enroló en el Spencer Davis Group (y grabó algunas de las mejores intervenciones vocales de la década: I’m a man, Gimme some lovin’ y, aún más sublime, Every little bit hurts) y sin llegar a los veinte ya había fundado esta banda, estallado en conflictos con Dave Mason, constituido Blind Faith en un mano a mano efímero pero inmortal con Eric Clapton y retomado Traffic para entrar en los setenta con lo mejor que dieron las islas, progresismos al margen, por aquel entonces.

 

El regreso de la banda en 1970, tras su amago de disolución, había sido el excelente John Barleycorn must die, pero aquello no dejaba de ser el pretendido y abortado primer elepé en solitario de Winwood. Solo un año más tarde, el trío mudó a sexteto y acertó con estas seis canciones incandescentes, prodigiosas: éxtasis puro. Empezando por los 12 minutos del tema central, claro, un desahogo contra la industria discográfica en el que la banda se gusta y se explaya, y el piano del joven Steve genera un riff de una sola nota memorable.

 

Jim Capaldi también tiraba de furia en el incandescente Light up or leave me alone y los recién llegados Grech y Gordon aportan otro añadido de sabroso rock polvoriento en Rock ‘n’ roll stew, tan santanófilo. Y aún nos queda por computar la mitad más campestre y mística del álbum, esa parte más conectada con el agua y la naturaleza, y en la que la trascendental flauta de Chris Wood nos acerca a los parajes de Moondance. Démonos un garbeo por Hidden treasure (de título premonitorio), Rainmaker (con algo de canto tribal) y la bellísima (y poco difundida) Many a mile to freedom: puede que no nos suceda nada mejor a lo largo de todo el día.

 

 

2 Replies to “Traffic: “The low spark of high heeled boys” (1971)”

  1. Totalmente de acuerdo con el primer párrafo de tu reseña. Cada vez que los escucho me pregunto por qué no han sido más reconocidos entre oyentes y crítica. Tanto sus primeros discos más blueseros como sus discos progresivos son una maravilla. Tenía un recopilatorio que apenas escuchaba y ahora que me he hecho con todos sus discos en vinilo he podido apreciar lo buenísimos que eran. No sabría decir cuál es el mejor, pero desde luego este “The low spark of high heeled boys” es una obra maestra a reivindicar.

    Aprovecho para felicitarte por Un Disco al Día. A seguir!

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