La crítica más concienzuda fue severa, por no decir demoledora, con este Talking back to the night cuando asomó por las tiendas en 1982. No era un disco tan desconcertante como nos pueda parecer ahora: Steve Winwood ya había ensayado la fórmula de Juan Palomo (hasta la última nota aquí corre de su cuenta) apenas dos años atrás, con el mucho mejor recibido Arc of a diver, y todo el mundo parecía profundamente enamorado de teclados y sintetizadores en aquellos primeros compases de la década, con Eye in the sky (Alan Parsons) o H2O (Hall and Oates) sonando a todas horas. Pero al ya no tan pipiolo genio de Birmingham, 34 primaveras por entonces, le echaron en cara un cierto espíritu acomodaticio y una imaginación menguante, circunstancia inimaginable en un muchacho que parecía hacerlo todo bien desde los años púberes.

 

Tal vez haber arañado muchos ahorros y propinas para hacerse con un ejemplar en casete de Talking back… dulcifique su contenido. Pero no solo influyen los pálpitos más sentimentales a la hora de retornar a estas nueve canciones y encontrarlas, contra pronóstico, encantadoras. A poco que asumamos su código sonoro, ese pop sintetizado que hoy puede parecer robótico pero también pintoresco, descubriremos también que eran el fruto de un consumado maestro de la escritura.

 

Pocos coetáneos pueden igualar en currículo a Winwood, aunque no siempre aparezca en las clasificaciones de los nombres más trascendentales. Nadie fue tan precoz como él, fabuloso en Spencer Davies Group cuando aún combatía a brazo partido contra el acné. Nadie tan audaz como con los revolucionarios Traffic, a los que algún día deberíamos erigir un monumento: r’n’b, folk, jazz, étnica y quién sabe cuántas cosas más en la marmita. Ni tan ambicioso a la hora de afrontar una superbanda como con Blind Faith, efímeros pero colosales. Por eso su tránsito por el synth pop tal vez descoloque al oyente desprevenido. Ahora bien: ¿puede escribirse una balada soul más elegante que And I go? ¿O guiñarle un ojo a los Doobie Brothers con tanta gracia como en Help me angel? Y eso sin hablar de Valerie, en su día éxito modestísimo y con los años, carne de sampleados adictivos.

 

Le echaron en cara incluso que Valerie fuese su primera canción con nombre femenino como título, un indicio de que los controles de calidad comenzaban a hacer la vista gorda. Lo más extraño de este elepé, en el fondo, es que Winwood delegase hasta la última de las letras en un escritor, Will Jennings, nada esmerado. Pero de Talking back to the night, el tema central, acabaría emanando fuego cuando lo recreó poco después Joe Cocker. Y There’s a river tenía algo, o mucho, de solemnidad góspel como capítulo final. El treinteañero Stephen Lawrence abandonaría la soledad y la frialdad de la máquina para su muy exitoso Back in the high life (1986), pero estas respuestas a la noche nunca merecerán ser desoídas.

 

 

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