Gia Ford es joven, brillante y capaz de suscitar las mejores expectativas, pero ninguna de esas circunstancias le ahorra ni los desvelos ni las tribulaciones. Su flamante álbum de debut podría resultar amable, porque su música evita el estruendo y la voz, cálida y con tesitura de contralto, anima a buscar en influencias de pop suave y sedoso, siguiendo esa línea temporal de medio siglo nos lleva desde los Carpenters hasta, imaginemos, Weyes Blood. Pero la mirada es turbia y el sustrato, hasta cierto punto siniestro. A Ford le parecen atraer más las pesadillas que las ensoñaciones, así que tampoco debería extrañarnos que como colofón a este primer álbum escoja una pieza, Our mutual friend, en la que dialoga con la muerte como un compañero ineludible (y consustancial) del camino.
El goteo de adelantos ya nos había puesto en alerta en torno a esta muchacha de Sheffield, pero, como sucede solo con los grandes discos, el todo resulta ser bastante superior a la suma de las partes. Gia puso rumbo a Los Ángeles para grabar en los venerados Sound City Studios bajo la supervisión del ilustre Tony Berg, el productor que empezó apadrinando a Edie Brickell o Aimee Mann y ahora asociamos con el nombre de Phoebe Bridgers, ya sea en solitario o en el seno de Boygenius. Y ese pop femenino y alternativo, sensible pero nada desaforado, le cae cual anillo al dedo a este repertorio profundo, sagaz y adictivo solo a partir de las escuchas sucesivas.
Pensemos en el soft pop de los setenta, en el soul blanco y en la finura de la canción de autor, pero tamicémoslo todo con un barniz de teclados y modernidad (Housewife dreams of America, Poolside). Pensemos en que hay hueco para una cierta chulería a lo Blondie (Loveshot), pero también para un baladón tan clásico, redondo y rotundo como Falling in love again, que podría ser el equivalente de este 2024 a lo que My love mine all mine, de Mitski, representó para el curso pasado. El contraste entre la dulzura formal clásica, la puesta al día en la mesa de mezclas y la mordacidad en los contenidos, a veces desolados y otras sencillamente cáusticos, multiplica el efecto de esta joya incipiente. Ábranle paso, porque el gesto atractivo y cariacontecido de Gia Ford seguramente nos acompañe durante una larga temporada.