Con ese aire suyo tan hirsuto, bonachón, como si anduviera demandando en todo momento un fuerte abrazo, Nathaniel David Rateliff parece el paradigma del sosiego. Pero la procesión sin duda va por dentro, a poco que prestemos atención a estas 11 nuevas canciones, de largo la mejor colección de temas originales que ha urdido junto a sus socios de The Night Sweats. Detrás de esa fachada de hombre sensible y hecho a sí mismo se esconde una biografía nada exenta de traumas y late un corazón propenso al tormento. Y esa colisión entre dulzura aparente y turbulencias internas acaba traduciéndose en un cancionero magnífico. Puede que no le hayamos tratado nunca, pero si prestamos atención a South of here, este fantástico cuarto álbum, nos podremos hacer una idea cabal de cómo es él.
Paradigma de ser humano que se sobrepone a las adversidades, Nathaniel abrazó de chaval una fe inquebrantable por la música para huir de una existencia poco edificante. Y aquí le tenemos ahora, qué cosas, convertido en la gran esperanza blanca de Stax, la mítica factoría discográfica de Memphis. Lo curioso es que, por mucho que proclamen las pegatinas promocionales, empeñadas en referirse a él como un genuino soul man, el gigantón de Misuri se muestra aquí más versátil que nunca. Pensemos en un Van Morrison (o, aún mejor, Glen Hansard) contaminado no solo por el espíritu de James Brown, sino también de Springsteen y de todo el género americana. Y asombrémonos aún más con el corte original, David and Goliath, un intrincado laberinto melódico en torno al piano que a nadie extrañaría escuchar en la voz de Rick Davies, de Supertramp. Aunque no hay quien ha dejado de señalar puntos en común con McCartney o Harry Nilsson.
La canción es decisiva para comprenderlo todo. David es Rateliff y Goliath, ese gigante inexpugnable de la depresión, siempre mucho más grande que sus oponentes. South of here es la obra de un tipo razonablemente cabal que, a sus 45 años, ha conocido el acoso escolar, los abusos infantiles por parte de un tío, la pérdida paterna por accidente de automóvil a los 14 años y una severa adicción al alcohol, ahora felizmente doblegada. Por eso sus canciones no dan rodeos: sin analgésicos ni benzodiazepinas, la pasión, el dolor y las ganas de resarcirse son tangibles y reales.
En el álbum se desliza incluso un corte de aire cándido y acústico, I would like to heal (“Me gustaría curar”) que puede ser lo más tarareable y soleado que haya grabado nunca. Nathaniel puede hacerte bailar con cañonazos como Time makes fools of us all, pero sobre todo quiere propiciar la reflexión. Remember I was a dancer llega a recordar al Paul Simon de los años de Graceland y Get used to the night, tan cálido y ardoroso, es el mejor recuerdo posible a su fraternal amigo Richard Swift, que le ayudó a despegar y que, seis años después de su muerte, sigue presente en todas las oraciones. Seguro que el homenajeado se sentiría orgullosísimo.