En años de evanescencia digital y streaming a cascoporro, la buena gente de Detergente Líquido refrenda su fe en otra manera de ver la vida con un nuevo álbum cuya edición física no es ni siquiera un discolibro con las consabidas tapas duras y letras y créditos más o menos bien pasados a limpio. Qué va. Nos hayamos ante un (muy insólito) librazo en toda regla que sirve de autobiografía para la década larga de actividad que acumulan los gaditanos, y que recopila y pasa a limpio no ya las letras de esta quinta entrega sino las de la discografía íntegra, hasta sumar sus buenas 200 y pico páginas.
Gente de otra pasta. Está claro que Alberto Rodway, Laura Arias y el resto de esta parroquia del detergente abogan por otra manera de hacer las cosas y mirar la vida. Y no solo en las formas, sino también en lo consustancial: hay muy poquitos grupos ahora mismo sobre suelo ibérico que rocen siquiera de lejos el nivel argumental y literario que se gastan estos devotos (y recurrentes) usuarios de las instalaciones de Grabaciones Sumergidas, el cuartel general del productor Juan Antonio Mateos en El Puerto de Santa María.
Como con otro buen puñado de bandas brillantísimas sobre las que apenas sabemos nada, Detergente Líquido lleva desplegando las naves desde 2012 sin que sus movimientos hayan sido atisbados por la gran mayoría de radares que operan desde suelo español, cortocircuitados y aturdidos por las severas interferencias que provocan algoritmos y titulares ambiguos o absurdos para abocarnos al clic espasmódico y compulsivo. Aquí no hay postureos, pero sí una generosa ración de reflexiones paradójicas, desconcertantes, brillantes, aturdidas por el poso (y el peso) de la vida. Y, sobre todo, nueve canciones como nueve soles; sin excepción, aunque la primera mitad del disco, los cinco cortes que abarcan desde Trambahía hasta Frasco (Envíame la guitarra), se nos antoje una sucesión narrativa particularmente memorable.
Rodway escribe con un pellizco de excitación e inmediatez que remite a la época dorada de la nueva ola, pero su poética de lo cotidiano y el equilibrio casi paritario entre su voz y la de Arias convierten a Detergente Líquido en nuestros Belle and Sebastien de la bahía gaditana. Porque los escoceses incluso han coqueteado también con el pop bailongo de sintetizadores como hacen aquí los Detergentes en la fantástica (salvo en el título) El puente imposible, adictiva como en los mejores tiempos de Dorian. Pero aún es más fascinante la narrativa absorta y algo abrumada por los rigores de la vida adulta que se filtra tanto en Frasco como, sobre todo, en la estratosférica Aquellas pequeñas causas, retahíla de imágenes cotidianas en las que el pasado es una sombra cada vez más difuminada y el presente, una losa pesadísima.
Hay juegos metamusicales como incluir unas guitarras en la onda de Neil Young justo en la canción que lo nombra en la letra (la ya mentada Frasco) o establecer algún que otro guiño planetero en Opel Corsa negro, aprovechando la compañía de los dos chavales jerezanos de Nadie Patín. El libro incluye extensas y sabrosísimas confesiones de Alberto Rodway sobre cada una de sus composiciones, así que podemos adentrarnos un poco más en el vastísimo universo lírico de este genuino poeta de la resiliencia. Corran a descubrirle.