Aunque los estrenos tardíos siempre tienen algo de paradójico, por aquello de las contradicciones terminológicas, la ventaja de echar a andar por cuenta propia a una edad ya nada párvula consiste en que puedes debutar con una obra de madurez. Y eso mismo es justo lo que sucede en el caso de Dani Vega, que a los cuarenta y muchos rubrica su colección inicial en primera persona y se nos muestra como un hombre entero pero vulnerable, consciente de sus grandezas y fragilidades. Un tipo con aristas que no escribe canciones elementales, sino sustanciales, hasta culminar un trabajo tan breve como intenso.

 

Vega no es ningún recién llegado, puesto que le asociamos desde hace dos décadas como el barbado guitarrista de Mishima. Pero este estreno en nombre propio queda tan alejado de su banda matriz como de ese fugaz proyecto paralelo, Sr. Canario, con el que reivindicaba siete años atrás su genealogía del archipiélago. Así de frágil es se erige en un título bello y elocuente para un álbum en el que las oscuridades del alma se abordan desde el reto de la catarsis. Y donde Dani se consagra como un contador elíptico de historias rabiosamente humanas. La suya es una voz poco académica y nada poderosa, pero muy elocuente. Y su argumentario afronta la exposición personal desde la delicadeza: ni la temprana pérdida de la figura paterna (Flotando) ni su envés temático, el agradecimiento a la pareja y al hijo en común (Por todo) se abordan desde la obviedad discursiva.

 

A Mishima se les ha adjudicado siempre la etiqueta de “los The National catalanes” y su guitarrista admite ahora por su cuenta el influjo de otros grandes del rock independiente adulto como The Flaming Lips o alt-J, pero es llamativa la habilidad para recorrer paisajes bien distintos en un espacio temporal de apenas media hora. Por lo pronto, Vega renuncia a otorgar a la guitarra un papel protagónico, lo que abona algunas complicidades con el dream pop. Su talante curioso le acerca tanto a la psicodelia con vocoder (Untitled_42) como a la experimentación en la onda de los Radiohead de Kid A cuando desembocamos en las dos partes de Se acabó la fiesta, un título que adquiere a día de hoy unas desdichadas e involuntarias resonancias políticas.

 

La única pieza no propia, el arrorró tradicional canario Lanzarote, 1987, sirve para reivindicar la canción de cuna más escuchada durante su infancia desde una óptica de oscuridad casi grunge. Y en ningún caso podríamos olvidarnos de Algo ha ido mal. Inténtelo de nuevo, un momento culminante en el álbum que no remite tanto a ninguno de sus grandes héroes confesos como al primer John Grant, el de los tiempos de su álbum Queen of Denmark. Si a la excelencia de la materia prima (en términos de inspiración) sumamos el bagaje adquirido y la sinceridad incondicional, queda claro que Dani Vega se ha estrenado con un elepé que nos interpela y nos compete.

 

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *