Rara vez nos llegan noticias de lo que sucede musicalmente en Bélgica, pero, a tenor de los nombres que podemos ir recopilando de aquellas latitudes (Vaya con Dios, Gotye, Stromae, Soulsister, la conexión centroeuropea de Tamino o, en otras coordenadas estilísticas, Wim Mertens), deberíamos ir prestando mucha más atención. A esta restringida nómina selecta deberíamos sumar ahora con todos los honores esta banda, Slow Pilot, absolutamente desconocida por tierras ibéricas, pero merecedora de que abramos los oídos de par en par: Falling off the Earth, su todavía reciente segundo álbum (finales de 2024; y la versión single de Fences tiene apenas dos meses), es uno de los mejores artefactos que hemos escuchado en mucho tiempo dentro del territorio del pop con sintetizadores y tendencia al melodrama.
No, no busquen referencias previas, ni siquiera recónditas, por estos lares: los Pilot nunca han actuado sobre suelo español ni disponen, solo faltaba, de distribución física para su obra. Pero asomarse a esta virguería de capas sonoras superpuestas constituye, en consonancia con la cosmogónica imagen de la portada, una experiencia casi espacial. No es que la banda de Pieter Peirsman renuncie por principio a las guitarras eléctricas, presentes en buen número, pero sí las opaca colocándolas en modos silentes, de esos que velan más por las texturas que por la concreción melódica. Pero el secreto radica en la deliciosa utilización simultánea de teclados que van superponiéndose y solapándose hasta obtener un magma entre hipnótico y fantasmagórico. Se trata de una espesura sonora capaz de recordar a los mejores A-Ha (que los había) cuando la melodía y la velocidad toman las riendas (What you gonna do tiene madera de exitazo, aunque también podría serlo, aunque más ralentizado, Giants), y de que el ascendente de los Radiohead más ambientales y absortos se vuelva casi flagrante en No man is an island, monumento que además cuenta con la participación del siempre apasionante escocés C Duncan.
El alma del proyecto, el ya mencionado cantante, compositor y multiinstrumentista Peirsman, atesora además una hermosa historia de empatía y resiliencia, esas virtudes potenciales del ser humano a las que un porcentaje significativo de la población occidental parece haber renunciado de oficio. Pieter ya había publicado el primer elepé de su actual grupo (Gentle intruder, 2018) cuando sobrevino el covid, el estupor, la angustia y las tragedias en cascada con nombres y apellidos. Impotente, se personó como trabajador voluntario sin formación sanitaria en un hospital. Y en muchas de aquellas noches de zozobra surgieron ideas, imágenes y fogonazos que cristalizan en estos surcos.
Con la producción de Luuk Cox (Shameboy), también aliado de Stromae, y la mención en créditos a Robin Pecknold (Fleet Foxes), nada menos, en calidad de inspirador, Slow Pilot encadena 11 cortes magníficos y sofisticados. Lo suyo es pop extraordinariamente sugerente: Falling off the Earth, el corte central, merecería hueco en un álbum de Keane (también nos sirven Snow Patrol, aunque la comparación sea menos generosa), mientras la soberbia Parasites parece un ejemplo de pop para astronautas, con efecto de gravedad cero. Insistimos en subrayar el nombre. Slow Pilot. Estamos tardando ya en descubrirlos.
Muy buenas, Fernando.
Habrá que darse una vuelta por esta gente. A la lista belga que mencionas yo añadiría a Brutus, cuyo Unison Life me pareció descomunal, un ejemplo de hardcore de libro y uno de los mejores discos de su año en cualquier género. Y estos sí han girado por aquí, aunque yo no los he visto, lamentablemente. Creo que, ejem, merecerían una crítica…
Saludos