“Guárdate todo el dolor”. Tal es la inusual y desconcertante propuesta que formula uno de los 12 cortes (Kept all the pain) que dan forma a este segundo álbum de la gallega Blanca Pereira, elocuente también desde su propio título genérico a la hora de destapar las cartas que ha querido barajar en el territorio temático. Argumentos que se alejan mucho de las convenciones y, sobre todo, de las zonas confortables: sentirse desde su juventud “lo bastante mayor para salvarme a mí misma” sugiere los desasosiegos y hasta tormentos que habrá surfeado Rumia en materia de salud mental, vínculos familiares y demás cuestiones no por cotidianas menos peliagudas. 

 

La desubicación es consustancial por la propia biografía a Pereira/Rumia, una chavala coruñesa que ha vivido y concebido su estallido artístico en Berlín (ahora se ha afincado en Madrid), tiene sangre portuguesa por vida materna y ha reunido a algunos pesos pesados del indie más literario, minucioso y confesional para otorgar forma definitiva a estos esbozos autobiográficos que, a diferencia de Instagram y demás plataformas para meros amantes de la apariencia, prescinden de cualquier filtro favorecedor. Porque Rumia es sincera, analítica y hasta obsesiva en los hilos discursivos, pero esa misma falta de maquillaje termina por convertir su repertorio en un pequeño grito reparador.

 

El runrún empezó ya a raíz del primer álbum, Forget me now (2022), premio Martín Códax, contra todo pronóstico, en la categoría de música electrónica. Ahora se apuntala con este canto de etérea melancolía que bebe a manos llenas del trip hop más divulgado durante los años noventa, en particular Massive Attack o Portishead, pero que tampoco renuncia a los giros de guion. Sobre todo en las dos únicas ocasiones en que Blanca orilla el inglés –una lengua que no siempre le suena en sus labios del todo natural– y se lanza en plancha al muy original fado con drum ‘n’ bass de Desfado, o detalla desde la canción de autor acústica su procedencia, genealogía y anhelos para La chica de ningún lado.

 

El más que ilustre Manuel Colmenero, productor de los primeros Vetusta Morla y de Shinova o Eladio y Los Seres Queridos, se encarga de aportar una sólida y envolvente cápsula sonora en la que tampoco deberíamos olvidar a Adrián Seija o Denís Graña. Y así va tirando de intimismo y sutileza un álbum en el que las chiribitas electrónicas no le arreglarán a nadie una fiesta de baile, sino que sirven para pensar y también para volar. Bonito empeño para una chavala emergente, reflexiva, ensimismada y de voz hipnótica que va ganando enteros con cada escucha.

 

 

 

 

 

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