Los asturianos Alberto & García, tan eficaces ahora en formato de quinteto como cuando llegaron a ser siete, no dejan de consolidarse en la distinguida nómina de anónimos ilustres del pop español, ese importante listado de artistas íntegros, inspirados y elegantísimos cuyos nombres y trabajos se degustan solo en petit comité, en vistas de que el llamado gran público sigue resultando poco permeable a las exquisiteces. Puede que ese muy injusto estatus no cambie con este ya sexto trabajo de Alberto García, su hermano Manuel, el percusionista Dámaso García y el resto de la compaña, pero Barro lo tiene todo, absolutamente todo, para engatusar a una audiencia atenta, ecléctica y desinhibida: ritmo, inteligencia, sagacidad, baile y empatía. Todo encapsulado en una catarata de 13 canciones que entran muy bien a la primera y se vuelven adictivas en escuchas sucesivas: si algún lector se descubre tarareando aquello de «y que caiga un meteorito y nos lleve por delante» (Meteorito, tercer corte) en cualquier momento del día, ha de saber que no es el único al que le ha sucedido.
Esa misma frase, mezcla de ternura y pellizco, es un estupendo ejemplo de la escritura e ideario de una banda que invita a menear las caderas, sí, pero con los oídos bien abiertos. Que conjuga el hedonismo y no pierde la sonrisa, pero es también consciente de las miserias de la vida y del género humano, que constata más desde la aceptación que desde la desolación. Como buen seguidor del credo beatlemaníaco, Alberto sigue ejerciendo como melómano de oído versátil, tan apegado a la cumbia y la música popular latinoamericana (Pañuelito blanco, Gengis Kan) como a las sacrosantas enseñanzas melódicas del pop anglosajón (La capital, Camaleón). Y lo tiñe todo de melancolía norteña con ese timbre vocal singularísimo, entre nostálgico y ensoñador, por más que su repertorio acabe sirviendo como revulsivo y destello razonablemente esperanzado.
Todos estos méritos ya los conocíamos de entregas anteriores, empezando por las aún recientes Flores negras (2020) y La herida (2021), y en ese sentido el quinteto no parece empeñado aquí tanto en reinventarse como en afianzar sus propias cotas de excelencia y, en todo caso, aportar alguna pincelada novedosa, comenzando por el ritmo de pasodoble (!) que define Barro, la canción titular. Añadamos, puesto que Alberto dice tener buena mano frente a los fogones, el toque maestro de sal y pimienta que aportan las muy bien escogidas colaboraciones: el condimento porteño de la argentina Guada para la lindísima balada Tonada del bosque y la congoja hermana de un Quique González (Trece) que siempre fue ejemplo para García y hoy ya casi es tan norteño y terruñero como él.
Más allá del homenaje a las mascotas caninas de los cinco músicos (la preciosa Rufa de Alberto, en la esquina inferior derecha de la portada, ya no está entre nosotros), Barro certifica un trabajo honesto, cabal y magnífico. Exento de pedanterías y accesible desde la primera bocanada, pero no por ello menos culto y reflexivo. Ellos no merecen ningún meteorito, sino un buen foco que los apunte y no los pierda ya de vista.