En el año en que la música en directo se convirtió en un fenómeno más excepcional que nunca, y no tanto por su emoción intrínseca como por las dificultades para materializarse, un gran trabajo español registrado desde encima de las tablas sirve como aperitivo de alta cocina en fechas señaladas y también, de paso, como símbolo de lo vivido y talismán para lo que haya de venir. Flores negras, el cuarto disco de Alberto & García, fue, de lejos, de lo mejor que nos dejó el escalofriante 2020 a lo largo y ancho del panorama peninsular. Pero no nos queda claro si en la mente de los asturianos ya estaba la idea de tomar impulso con un paréntesis o en vivo o si este jardín nuevamente florecido es, más bien, consecuencia de todo este colosal batiburrillo de emociones en que llevamos casi dos años inmersos.

 

En cualquiera de los casos, Flores en el Campoamor es un álbum delicioso por muchos motivos. Por muchas de sus 16 canciones, ante todo. Pero también por la fidelidad del retrato. Por su capacidad para capturar con verosimilitud el sudor, la emoción, las imperfecciones. Esa peculiar voz de Alberto García, que siempre parece a punto de resquebrajarse pero a cada rato se vuelve más adictiva. Por el saxo incisivo de Manuel García, que dispara la riqueza cromática del conjunto lanzando pinceladas de color aquí y allá. Por las percusiones de Diego Reyes, que multiplican la profundidad y el alcance de todo.

 

La fe en Flores negras se refleja en la selección del repertorio, con ocho de los 16 cortes consagrados a replicar la inmensa mayoría de ese trabajo en estado de gracia. A fin de cuentas, el álbum de 2020 era un buen compendio de las constantes vitales del septeto, siempre con un punto de sabrosura, latinidad y aires populares. Alberto es músico de mirada panorámica, lo que implica arrinconar los prejuicios tontos. Sintomáticas son, en ese sentido, las versiones, tan lúdicas y sabrosas como Porque te vas (a ver quién le chista a estas alturas a Perales) y Acalorado, el clasicazo canicular de Los Diablos que este año también han revisitado las jovenzuelas de Biuti Bambú. Y ambas encajan bien en el menú, sobre todo la segunda, con independencia de lo que piensen de antemano los oyentes que se las den de sesudos.

 

Porque el directo, ahora lo comprendemos mejor que en 2019, siempre implica ceremonia, pero también celebración. Fiesta. El patio de butacas del ilustre Campoamor ovetense pudo refrendarlo este pasado 1 de mayo, aunque fuese con tapabocas y huecos libres entre los espectadores. Quienes no tuvimos ocasión de ser testigos podemos imaginarlo ahora con nitidez notable. Y es, en efecto, una gran suerte participar de un alborozo que rearma los ánimos tambaleantes.

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