A estas alturas del partido, Enrique Bunbury cuenta con los suficientes galones, aprendizajes y trienios cotizados como para hacer lo que le venga en gana, pero es muy de agradecer que ejerza en la práctica esa potestad y decida salirse del carril central para empaparse el calzado en los húmedos prados de la heterodoxia. Cuentas pendientes no llega a ser un álbum transgresor, no exageremos, sino que termina resultando inequívocamente bunburyano a medida que se acumulan las escuchas; pero al menos se aparta de la lógica sonora del rock o de los guiños estilísticos más novoseculares para hundir sus raíces en las músicas de inspiración folclórica latinoamericana y expandir el cancionero del zaragozano errante en una línea mucho más terruñera de la que en él venía siendo lo más frecuente.
A la hora de separarse del mucho más convencional Greta Garbo (2023), uno de los álbumes que suscitó menos consenso entre la crítica, el gran Ortiz de Landázuri solo repite en el estudio de grabación, ese El Desierto Casa Estudio mexicano tan propicio para la magia, y cambia todos los demás grandes parámetros. Aquí no hay ni rastro de sintetizadores, la instrumentación es netamente orgánica y el maño asume la producción en primera persona. Resulta curioso comprobar cómo es el contrabajo, fabuloso en el abrazo de Luri Molina, el que más determina el sonido cálido y crepitante de todo el álbum, una virguería mayormente acústica en la que también tienen mucho que ver los acordeones de Jorge Rebenaque y los instrumentos de cuerda que va diseminando Sebastián Aracena, con mucho más gusto por el detalle y el cariño que por la filigrana.
Todo ello modifica radicalmente el enfoque de una obra en la que, por lo demás, las hechuras de las canciones no dejan de ser las propias de un escritor de rock, lo que las hace especialmente permeables y propicias para el disfrute entre el público menos familiarizado con los postulados folclóricos. Bunbury ya había mirado hacia las grandes firmas clásicas del continente hermano en Licenciado Cantinas (2011), aquel valiente y precioso disco de versiones en el que coqueteaba con grandes páginas de Agustín Lara, Lhasa de Sela, Atahualpa Yupanqui, Federico Barreto o Willie Colón. Pero aquí el repertorio es de autoría propia, así que tenemos a un Bunbury enraizado y americanizado, pero no desposeído de sus rasgos identitarios más evidentes.
Al otrora ídolo masivo con Héroes del Silencio ya no le da ningún pudor asumir un deje tanguero con Para llegar hasta aquí, donde incluye unas guitarras fronterizas muy en la escuela de Calexico y alguna de esas grandes frases suyas (“Quizá confundí juventud con desesperación”) que podrían acabar estampadas en camisetas para el tenderetete del merchandising. Tampoco duda a a hora de remangarse en el barro de los corridos con Saliendo del arrabal, aunque es el bolero (Las chingadas ganas de llorar; la noctámbula, derrotada y monumental Loco) el género donde parece encontrar definitivamente la horma de su zapato. Y entre medias, dos de esos ejemplos colosales de escritura, Serpiente y Te puedes a todo acostumbrar, en los que Enrique refrenda ese genio atemporal que sigue aflorando con asiduidad envidiable y que perdurarán en la memoria por más que nuestro hombre del sombrero siga acumulando títulos a su historial discográfico (y que no se retraiga nunca, por supuesto).
Añadamos la sorpresa mayúscula de La hiedra, versión soberbia y en clave de bossa en torno a un temazo reciente (2022) pero apenas divulgado del jiennense Pachi García “Alis” (uno de esos autores peninsulares que merecerían mucha más difusión y reconocimiento, tanto en la firma como en sus facetas de productor e intérprete), y habremos redondeado la impresión de Cuentas pendientes como un álbum honesto, diferente y notable. Quizá abuse Bunbury de recursos como doblarse a sí mismo la voz de manera reiterada, semejante y predecible, o de que sus letras mantengan un tono solemne, épico y resultón, pero a la vez un tanto arquetípico. Minucias, a estas alturas. Todos nuestros parabienes.
Dentro de su carrera en solitario creo que este disco se encuentra entre los mejores que ha hecho. Todo un mérito teniendo en su haber “Pequeño” y “El viaje a ninguna parte”. Sumando la etapa con Heroes, “Senderos de traicion” está en esa cumbre prácticamente imposible de alcanzar a día de hoy. En resumen, Bunbury se ha lucido con este disco
Gracias por aportar, Mariano. Un gusto leerte !