Si algo tenemos claro a estas alturas en torno a Will Toledo es que nunca podremos saber con certeza sobre sus intenciones o futuros derroteros. El muchacho que desde Leesburg, apenas un pueblito de Virginia, acabó asentándose a Seattle, aún no ha entrado en su tercera década de vida, pero desde su debut, allá por 2010, ha tenido tiempo de publicar cuatro álbumes radicalmente dispares; uno de ellos (Twin fantasy), para mayor desconcierto, alumbrado en 2011 y reeditado siete años después en una nueva grabación completamente distinta. Y eso sin contar con su fascinación por ese alter ego, Trait, con el que él mismo se presenta tras una aparatosa máscara de gas con luces led a modo de órbitas oculares, una imagen perturbadora que salió de su inspiración muchos meses antes de que el maldito virus llegase para voltearnos las vidas.
Todo esto, a modo de advertencia previa. Making a door less open confirma cualquier sospecha previa con Toledo y apenas se parece a nada de lo que nos había ofrecido con anterioridad. Algún seguidor de la línea acérrima ya ha mostrado desconcierto, puede que hasta desolación. Pero aquí llega el segundo y más importante aviso: CSH vuelve a ofrecer un trabajo radicalmente diferente a todo lo que acostumbramos a escuchar, y en su mayor parte fabuloso.
Will adquirió popularidad como artista de baja fidelidad, amante de registrar su voz agazapado en el asiento del coche. Will se erigió en portavoz generacional, en símbolo de furia y rebeldía (seguimos en Seattle, queridos). Will afilaba las guitarras y le cantaba a las angustias juveniles. Pues bien, desde que Will ejerce más como Trait, ahora se decanta hacia el indie electrónico y de cajas de ritmos (Can’t cool me down), introduce sintetizadores primitivos, se refiere a los traumas de la edad adulta y al vértigo de la responsabilidad. Por no hablar de las incomodidades propias de la fama, aunque la suya sea solo relativa.
Toledo, en definitiva, ha dado el estirón. En todos los aspectos: el vital, el biológico, el artístico. Solo así podría haberse sacado de la manga los tremendos siete minutos largos de There must be more than blood, cargados de dolor y dramatismo. Solo de esa manera un tema tan soberbio como Martin nos trae el recuerdo de The The, una formación más propia de la colección de discos de sus padres (o tíos). O conjugar fiereza y elegancia en Hollywood, una pesadilla posmoderna que parece escrita a medias con Beck.
Todo es sorpresa y descubrimiento. También riesgo, belleza, vértigo, desencanto. Life worth missing solo está al alcance de autores muy grandes. Toledo, o Trait, o la interesección entre ambos, parecen haber alcanzado ese estatus.
Martin The The