Dawes han logrado convertir la excelencia en sinónimo de normalidad. Son con este ya siete los álbumes que el quinteto ha puesto en circulación, pero no hay forma de resultar novedoso con los titulares: Good luck with whatever vuelve a ser –para qué variar– un álbum delicioso.

 

Existen, eso sí, ciertos matices. La producción de Jonathan Wilson otorgó en 2018 a Passwords un ligero acento sobre los sintetizadores y los guiños a la década de los ochenta, como si el escalofrío de la era Trump condujera a nuestro subconsciente hasta las tinieblas de la administración Reagan. La grabación esta vez transcurre bajo la tutela de Dave Cobb, abanderado de un sonido más clásico (Chris Stapleton, Jason Isbell, Sturgill Simpson) dentro de las aguas del género americana. Pero si incorporamos a la ecuación las palabras progresivamente más escépticas, descreídas y mordaces de Taylor Goldsmith, queda claro que GLWW se erige en hijo inequívoco de 2020. Una temporada que nos seguirá resultando muy familiar durante demasiado tiempo.

 

Goldsmith va sumando años y canciones, pero su encanto de genio discreto sigue pareciéndonos una bendición. Es, de tan brillante, un tipo previsible. Tan hábil, esmerado y encantador como para que toda la incógnita gire en torno a si le concedemos un notable o un sobresaliente a cada una de estas nueve páginas de estreno. Desde las más solemnes e hímnicas (Between the zero and the one) a las sentimentales pero no por ello menos guitarreras, como esa Still feel like a kid a la que se le conceden honores de apertura.

 

Los californianos se erigen así en catálogo de la más exquisita tradición en su género. None of my business se impulsa con el deje roquero del Springsteen de Working on the highway. Y acontece justo antes de asistir al primor folkie y desnudísimo (guitarra y voz hasta la entrada de un tenue piano: a veces no hace falta más) de St. Augustine at night. Una delicia que nos retrotrae imaginariamente casi cinco décadas en el calendario: podríamos imaginar a Jackson Browne poniéndole música a un atardecer en los tiempos gloriosos del Laurel Canyon.

 

Who do you think you’re talking to acentúa la sensación de que Goldsmith podría dedicarse a hacer discos postizos de los Eagles sin que ni los californianos de más pedigrí se percatasen del cambiazo.Didn’t fix me, adorable aproximación al folk-pop, utiliza ese tipo de motivos con pocas notas y ornato que se han erigido en seña de identidad en la escritura de, por ejemplo, Mary Chapin Carpenter. No hay novedad en el frente: Dawes siguen sin conocer, ni remotamente, la medianía.

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