Los Eagles equivalían a la infalibilidad en el territorio del country-rock, esa extraña convergencia entre el espíritu comercial y la exquisitez musical, y no digamos ya técnica. Eran ideales, puros y refinados, sobre todo en el formato de siete pulgadas: recordemos que su primer volumen de grandes éxitos es uno de los cuatro o cinco discos más vendidos de todos los tiempos, apenas superado por Thriller, Rumours y poco más. Podían triunfar en las listas y corazones con una epopeya de siete minutos (Hotel California, evidentemente) o incluir arreglos orquestales en baladas ya de por sí tremebundas (Take it to the limit). Incluso podían enfurecer al gruñón de Tom Waits con una versión de Ol’55 acaso edulcorada, pero infinitamente más popular que ninguna de las maravillas interpretadas por el propio Waits en persona. Acaso en contraposición con todo eso, siempre sentí debilidad por Desperado como el disco más pequeño de nuestras Águilas californianas; el menos ambicioso, pero el más conmovedor. Quizá porque, frente a la (legítima) pasión de la banda por los singles, mantenía un tenue hilo conductor como disco tímidamente temático: los forajidos, los antihéroes, los perdedores, las almas errantes acodadas en la barra del bar. Porque la rivalidad entre Don Henley y Glenn Frey nunca fue tan equilibrada y provechosa: el primero llevaba esta vez la voz cantante en más ocasiones que el segundo, pero las dos joyas más inolvidables, dos baladas tan primorosas como Desperado y Tequila sunrise, llevaban la paritaria rúbrica de ambos. Producía Glyn Johns, ¡orfebrería pura!, y los dos colaboradores externos más adorables del cuarteto, Jackson Browne y John David Souther, asomaban por esa primorosa joya acústica, Doolin-Dalton, con la que comenzaba todo. Desperado apuntaló la pluralidad de los Eagles y el difícil equilibrio interno, como venía sucediendo en los casos de Poco, Crosby Stills & Nash o Buffalo Springfield (de hecho, Outlaw man, uno de los temas menos difundidos del álbum, tiene mucho poso de Neil Young). Pero es que los segundos espadas, Randy Meisner y Bernie Leadon, también tenían mucho que decir: véanse Certain kind of fool y Bitter creek, respectivamente. Y los cuatro se consagraban entre las mejores armonías vocales de la historia con la mayor maravilla de toda esta historia, Saturday night. Y así, canción por canción y sin grandes aspavientos, es como Desperado acaba enamorándote para siempre.