Muchos localizarán en la memoria el nombre de Sara Louraço Vidal como la mujer que asumió la voz cantante en Luar na Lubre entre 2005 y 2011, una papeleta particularmente difícil porque implicaba suplir a la icónica Rosa Cedrón. La portuguesa salió muy bien parada del lance, pero aquella temporada junto a los coruñeses no dejaba de ser una ocupación gregaria o, cuando menos, subordinada. Ahora, casi una década después de aquella aventura y después de colaboraciones con otras bandas vecinas (Espiral, Diabo a Sete, A Presença das Formigas…), Matriz representa, aunque cueste creerlo, el estreno de Vidal con nombre propio. Podremos criticar su tardanza, pero habremos de resaltar en paralelo las excelencias de un trabajo delicadísimo, minucioso, encantador. Un nuevo ejemplo de cómo las músicas tradicionales son esencialmente eternas y del mimo con que nuestros vecinos ibéricos las rescatan, actualizan y reflotan con todo su vigor.

 

Sara ha querido centrarse en composiciones folclóricas –aunque no le faltasen candidatos para la escritura de nuevas piezas– y colocar el foco en retratos de evidente protagonismo femenino. Sus dos colaboradores imprescindibles, en todo caso, son Manuel Malo (mandolina, violines) y Rui Ferreira (guitarras, piano, bajo sin trastes), que se reparten arreglos y producción con un intenso amor por la causa. Basta escuchar el trabajo del violín en Já os galos cantam, prodigiosa virguería contemporánea repleta de travesuras disonantes, casi como si el Kronos Quartet hubiera cursado una visita lisboeta.

 

No es una excepción: más bien, los ejemplos de finura resultan una constante a lo largo de esta docena de piezas. Vidal prolonga el amor por las raíces de la canción tradicional que asentó Zeca Afonso ya en los años setenta y canta con una naturalidad envidiable, en las antípodas de toda afectación. La nostalgia del Romance da Claralinda, el canto de la costurera junto al hipnótico movimiento de la rueca en la lindísima Fiando o linho. La imbatible combinación ancestral de voces femeninas y percusiones en Adelaidinha, sin instrumento melódico alguno. El laberinto de modulaciones armónicas en Idalina. La galantería de ese Baile do ladrão. Todo.

 

Da igual desde qué ángulo observemos este Matriz, cuál sea el mordisco que pasemos por el paladar. El disco entero es un primor. Y un motivo de envidia sana, observado desde este lado de la península. Portugal: ese país delgado y pequeñito, pero tan propenso a alumbrar músicos (y músicas) gigantes.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *