El caso de Fernando Rubio es una rareza, o más bien un pequeño prodigio. Nadie que escuche un álbum como Stay cool sin referencias previas ni acceso a sus créditos podría imaginar que nos encontramos ante un álbum modesto, artesanal, casero y facturado en las calles de Cartagena, a orillas del Mediterráneo, en vez de en sabe Dios qué ciudad mediana del estado de Michigan, pongamos por caso. Pero así siguen siendo las cosas en la biografía de un músico con cuatro décadas de trayectoria a sus espaldas, desde los ya remotos tiempos de Ferroblues, y que desde que firma con nombre y apellido acude cada dos años a la cita con una parroquia quizá escueta, pero también absorta con su capacidad para interiorizar las mejores enseñanzas del rock de barras y estrellas y encapsularlas con una precisión mimética e insólita.
Vuelve a no haber rastro de postureos ni manierismos en el ideario de Rubio, para el que lo cool es un estado de ánimo enraizado desde hace muchos lustros y sin influjos tecnológicos ni urgencias virales. El hombre que un par de temporadas atrás se enorgullecía de su adscripción al siglo XX sigue en sus trece, tenaz y orgullosamente, demostrando que ha escuchado tantos discos de The Byrds como para sentirse imbuido del espíritu de Clark, McGuinn y compañía, y hasta de rendir tributo a las guitarras de 12 cuerdas con un elocuente 12 string poems. Pero todo el álbum, en el fondo, representa un juego de influencias y evocaciones que Fernando comparte con el oyente como si le invitara a buscar referencias para cada título. Y ello implica, necesariamente, que las sabias herencias de Harrison (Stay cool), Petty (Reborn again), el blues de toda la vida (Rain at last) o Dylan (por todas partes, pero de modo flagrante en You know, I know) sobrevuelan estas 12 nuevas perlas que añadir al cancionero de un hombre ajeno al mercado, a las modas y a las innumerables sugerencias de que pruebe también a escribir en el mismo idioma con el que ama, sufre y se emociona a diario.
Rubio seguirá haciendo lo que quiera y cuando quiera, al margen de ruidos y sobresaltos; tan librepensador como su paisano y camarada Nacho Para, con el que comparte ideario y santoral rockero. Hace bien, qué demonios, y siempre merecerá la pena reivindicar la inteligencia, sensibilidad y tozudez antes de que se extingan. Como novedad, en todo caso, queda esta vez esa suave aproximación al reggae de Give what U don’t have, en cualquier caso más cercana a la California de Jackson Browne que a tierras jamaicanas. Y la constatación de que nuestro murciano es tan hábil en el formato desnudísimo (Love me, love me) como cuando empareja a los Heartbreakers con el Stuck in the middle with you de Stealers Wheel para It ain’t over, un tema sensacional que merecería una difusión exponencialmente superior a la que acabará recibiendo.
Un gustazo poder descubrir nuevos nombres (para mí) y buscarlos para conocerles y, por qué no, engancharse a sus composiciones.
Gracias por tu trabajo Fernando
Gracias a ti por el aprecio, Antonio. ¡Salud!